¿El fin de “Lxs perrxs del Concejo”?
La primera vez que oí el nuevo nombre de las personas que ocupaban la representación estudiantil en el Departamento de Arte de la Universidad de los Andes me sorprendí: “Lxs perrxs del Concejo”. Era un bautizo incluyente, sí, con lenguaje inclusivo, pero ante todo lo vi como algo potente, desafiante, una transformación parecida a la de Gregorio Samsa en La Metamorfosis de Kafka, solo que en este caso la identificación con el animal no producía un bicho raro y apocado que nunca cae en cuenta de que puede volar, sino que este fue el despertar de un ser canino, solidario y plural, que ladra y muerde a la conformidad, al egoísmo y le mueve la cola a la novedad.
“Lxs perrxs del Concejo” han sido en estos últimos años un patadón a la rutina académica, la muestra de cómo un grupo de estudiantes ha querido hacer algo más con su vida universitaria que conseguir el cartón de grado individualista que los certifica como artistas héroes, triunfadores y conceptualmente locuaces; un modelo de educación jerárquica y de élite que se refuerza institucionalmente en las comunicaciones del Departamento de Arte donde cada individuo de la cosecha estudiantil sale retratado con el mismo videíto de plantilla con fondo de maticas borrosas, música ambiental genérica sin derechos de autor y que concluye con una pantalla de cierre que posiciona el logo de la Universidad de los Andes como final feliz de una transacción mercantil para “nuestros estudiantes”.
En estos años una y otra vez “Lxs perrxs del Concejo” me sorprendieron. Recuerdo las dos versiones del Festival de Canes, esa muestra antológica que se inventaron para agrupar la dispersión de la producción audiovisual del Departamento de Arte, un evento donde rompieron el esquema dócil y jerárquico de la entrega final para la clase y, con el juego que daba la parodia de un evento de premiación fílmico, nos regalaron dos noches memorables: una fue virtual y transmitida en vivo durante la pandemia, un soplo de vida y creatividad en medio del temor y el desaliento. La otra fue una velada presencial y elegantosa, con alfombra roja, discursos y preseas en el palacete dórico norteño de ese remedo de salón de club capitalino que es Uniandinos.
Otro momento que recuerdo fue cuando “Lxs perrxs del Concejo” reunieron 144 firmas para acompañar un mensaje donde argumentaban sus inconformidades y dudas ante el proceso de implementación de la reforma del pregrado del Departamento de Arte (una carta que obtuvo la respuesta institucional vertical habitual: las vacaciones de diciembre, la omisión, el olvido). Un recuerdo más fue como “Lxs perrxs del Concejo” pararon durante el Paro Nacional y armaron un cubilete de madera para marchar y colgarle consignas y arrastrar sus proclamas por kilómetros de calle.
Un último recuerdo que tengo es la intervención de uno de lxs perrxs como representante estudiantil al final de una larga reunión de Zoom del Concejo del Departamento de Arte que ya pasaba de tres horas. El estudiante ladró y, palabras más, palabras menos, nos dijo a los profesores de planta: “ustedes hablan y hablan aquí de cosas burocráticas, pero muy poco de educación.” Hubo un silencio elocuente que dio por terminada la reunión.
Una de las cosas bonitas de “Lxs perrxs del Concejo” fue ver a estudiantes de diferentes semestres e intereses haciéndo lo que les viene en gana, enfrentando el negocio de la educación y la solemnidad académica con el ocio: dándose el lujo de hacer algo porque sí.
— Lucas Ospina