González #556

Edición especial de Halloween del González

Amagues

Boceto de la idea:

Me decido involucrado en el proceso de no procesar, intencional, a pegar el esqueleto con pedazos de goma, del chicle pegado en la parte inferior de las butacas en el Esmeralda, escarapelándolos con una espátula oxidada, guardándolos en bolsas plásticas de líneas rojas y blancas, y finalmente poner todo lo obtenido en una licuadora con leche de almendras y procesar y procesar las plastas hasta devolver su contextura viscosa; ahí se debe dejar secar la pasta, en tablones de cuatro centímetros, y empacarlos en papeles recogidos en la calle de Trident de canela. 

La obra se llamará “amague de otras bocas bonitas” 

            Después de terminar el boceto, lo remitió en la carpeta difusora de su asesor, su mecenas, su segundo mecenas, su tío con un apartamento en Londres y ese profesor árabe de mirada bizca y fea, como los rinocerontes, que una vez lloró en una exposición suya sobre las víctimas del Salado. El profesor árabe pensó que la obra se trataba sobre la fealdad inevitable de los niños pobres. 

            También compartió la idea del proyecto con su grupo de amigos, que primero fue de artistas prometedores, después de ceramistas entusados, luego fue tablero para el negocio multinivel de vender desnudos de estudiantes de arte, en rollos vencidos, a pervertidos en países del este de Europa. y finalmente, por cansancio más que por admitir el final del ímpetu, de la vida, de la motivación por hacer algo, un grupo de amigos que se reunían los jueves en la noche a jugar microfútbol. La foto de perfil era Homero Simpson con la camiseta del América recogida a la altura del ombligo. 

            Los amigos dijeron que les gustaba la idea, que la podía vender bien. El calvo pateador, el hijueputa desconsiderado que sólo habla mal de los proyectos que no hace él, le dijo que eso ya lo hizo no sé quién en los setentas y el video está en bodegas de galerías privadas en Fráncfort. Como es obvio, nadie ha visto ese video, sólo él, en el formato original, aprovechando su visita a Alemania de hace cinco años cuando quiso salvar su relación con una flaca que apenas estaba empezando a vivir su adolescencia durante la maestría en Berlín; mejor dicho, le puso el cacho más cacho, el pendejo, la tabla del uno de las infidelidades. 

            En últimas importa un carajo lo que diga el amargado, dijo el genio que ideó “amague de otras bocas bonitas”. Y como ya hizo suficiente y el premio es necesario para aguantar remando con sus manos encorvadas, como cuencos, por un río de persistencia difícil, como supongo que es el agua sin oxígeno cuando la creatividad aplaca en ritmos incongruentes. Se monta en una torre o en un carrusel, se deleita con el conteo de los buses, con la belleza sórdida y vulgar que aún mantiene la nostalgia, el renacuajo, de su pubertad, y le dijo a su mamá que se iba a salir del eminente colegio San… San cosito, san no importa porque igual todos o se vuelven ineptos, llorones y manosearon peladitas borrachas en Cancún, y que se iba a salir del San Insignificante para volverse payaso de la séptima y anunciar corrientazos, bailarín mocho de salsa a la salida de las oficinas, vendedor de bon ice con aguardiente a través de la reja en un colegio distrital. Su mamá le dijo que lo apoyaba. Su papá le pegó una cachetada mientras su mamá bajaba seroquel con aguardiente Tapa Roja. Su mamá revisaba una revista. Isabella Santodomingo se viste horrible. La princesa Diana está saliendo con Doddy Alfayette. 

Hay futuro para las divorciadas. 

            Como el genio aplacó el vacío, le clavó un nuevo par de cuernos al toro (y salió inmune), estaba en la ola creciente del artista que siente el mensaje divino en la profecía de que su camino existe. Que aún puede recibir una carita feliz. A lo mejor pronto podría mirar a los ojos a ese moscorrofio de piernas como pitillos que se pone jeans entubados (negros) y se pone una franela pegada con escarcha antes de juzgar sin mirar la exposición que con tanto esfuerzo ordenó (en su cabeza) y le estrechará la mano y lo invitará a sentarse con los niños grandes, los auténticos niños grandes, en la sala de alguien donde hablan mal (ahora funan) a los artistas y las personas que les caen mal. 

            Contento es mucho más peligroso que triste. Contento sabe que puede pensar y hacer. 

  • Lo primero que hizo fue intentar una cabriola — Salió mal y rompió la mesa de cristal con cisnes tallados que le regaló su tío de Moniquirá. 
  • Lo segundo que hizo fue imprimir una foto gigante de Uribe, pintarle los dientes de negro y hacerle cachitos — Se dio cuenta que Uribe ya pasó de moda. Que ya no es el villano divertido que cogían de recocha y arremedaban en el espinosa, pateando un fuchi. Recuerda que hubo un tiempo en que Bush era malo, Osama Bin Laden era bueno, Uribe era malo, Hugo Rodallega era espantoso. 
  • Lo tercero que hizo fue abrir su computador y escribir la idea de otra obra. Quería que se pudiera amarrar las estacas de hierro oxidado de una fábrica siderúrgica abandonada, con condones estirados, y grabarse a sí mismo moviendo la tira de estacas como una diana, como la parábola bíblica (el genio se llama David y creyó que en su alma habitaba un personaje divino de la biblia en su segunda tusa, cuando entró a los Hare Krishna) y lanzar todas las estacas en una fuerza que posiblemente le disloque el hombre hacia un sensor de movimiento gigante (muchos Kinect desarmados, ajá) y a partir de esa secuencia captada por los sensores poner a una inteligencia artificial a que escriba una nueva versión de Falstaff, a que genere una imagen de Caruso cantando en un Transmilenio, y le genere una narrativa de la autodestrucción del planeta tierra por una invasión masiva de condones radioactivos que hacen que los hombres que se los pongan se vuelvan de hierro. 

            Lo último fue observar todo lo que había escrito, su idea manifiesta, de lejos, bifocal, echado para adelante y atrás en su puff meado: “Marica, soy brillante”

            Le puso de título a su obra “Osito dormilón”. A tres cuadras de la casa del genio, el moscorrofio de la franela tetillera pensaba invitarlo como curador invitado a un nuevo proyecto: “Osito dormilón” sobre orfanatos en Barranquilla. Dos días después, la lumbrera no escuchó el resto de la explicación del moscorrofio, sólo estaba contento porque tendría un trabajo. 

A los proyectos les cambió el nombre. 

Menos mal, sonaban pésimos. 

En especial el segundo.

Una forma boba de querer decirle a su exnovia que aún la amaba. Que la extrañaba. 

No sé, no vale la pena seguir hablando de él. 

A mí siempre me pareció un perezoso y ya. 

Adicción

Pensaba que sabía lo que era amar,

Hasta que te conocí de verdad,

Y sentí el amor en mi cabeza,

Y no en uno de los pedazos de mi roto

corazón.

Sin saberlo me convertí en una adicta,

No sabia que se podía ansiar tanto un beso,

Desear tanto una caricia,

Y anhelar tanto una mirada.

Y el problema no es que ahora sea adicta a ti,

El problema es que no estás aquí,

Y puedo sentir como ese vacío de ti,

Me lleva hacía una interminable locura.

Otro problema es que no sé amar,

Es como estar poseída por un monstruo,

Que lo único que saber es hacer daño,

Y daño es lo último que te quiero hacer.

Tampoco sé dejar,

He tratado de arrancarte de mi corazón,

Pero tengo miedo de que a este paso,

Me quedé sin corazón que dar.

He tratado de olvidarme de ti,

De sacarme tu amor del alma,

De encontrar otra adicción,

Pero otra droga como tú no hay.

enviado por

Eva

Pero eres más que eso,

Eres como todo eso y mucho más,

Eres como un pedazo de sol,

Y yo estoy cansada de sentir frío.

Pero si algo sé bien es que si estoy doliendo,

Es porque yo misma me hago daño,

Una droga tan hermosa como tú,

Un trozo de luz tan espléndido como tú,

No sería capaz de semejante pecado.

No me queda nada más que decir,

Ni más versos que añadir,

Solo pedirte perdón,

Por todos los “te amo” que me faltaron

decirte,

Y que ahora jamás te diré.

-Ana Rivas

El canelazo

No me gusta esta temporada del año. Sigue siendo de noche a pesar de que van a ser las cinco de la mañana o tal vez es más tarde o más temprano, solo sé que sigue siendo de noche. El frío que hace en esta ciudad es desesperante. Me gustaría estar en mi cómoda cama durmiendo sin frío. Hay alguien esperando también al bus. Es la señora de siempre. Llegó antes que yo y, como siempre, me saludó. Aunque a esta hora preferiría no tener que hablarle a alguien, le devolví el saludo. Siempre se me olvida de donde se me hace conocida. Hmmm, no lo recuerdo. ¡Que frío hace! 

Aún es de noche, aunque ya no haya estrellas. Puede que no se vean por las nubes que no han cogido color aún, pero más bien diría que es porque en la ciudad no se ven casi las estrellas. Me gusta ver el paisaje nocturno de las estrellas; como brillan una con la otra a pesar de que puede que su luz ya ni sea real. Ah, llegó el bus. Saludo al conductor y pago lo que cuesta el viaje, quiero coger una silla con ventana para poder seguir viendo el cielo y cómo las nubes van cambiando de color. Aunque preferiría poder ver a las estrellas. A pesar de que es de noche el bus va medio lleno, pero logro coger un buen puesto con vista hacia el cielo.

            Me subo detrás de ella y pago los 2500 pesos que cuesta el viaje, con eso podría comprarme una empanada bien caliente y un canelazo. Tengo hambre. Con tal de que pueda dormir, cualquier asiento que luzca lo más mínimamente cómodo es suficiente para mí. No es muy cómodo, pero es lo suficiente como para no sentir los saltos que el bus hace con cada hueco de esta ciudad. Cogió el puesto de siempre, junto a la ventana. Hace frío. En verdad que no me gusta esta temporada del año. Creo que hay una ventana abierta. 

            El estudiante que parece una albóndiga se subió también. Ja ja ja, “albóndiga”, no se me ocurre otro nombre para alguien que usa tanta ropa como él. Se nota que no está acostumbrado a las heladas de esta época del año. Tiene la maleta abierta. Ah, parece que el sol está por salir. Si queda alguna estrella por ahí, pronto va a desaparecer. Uno, dos, tres, cuatro, cinco saltos. Un hueco cada dos cuadras, ni subiéndome al mismo bus durante seis años me he acostumbrado a los saltos que el bus da. Las personas van apareciendo en las calles y las nubes se van pintando de colores con la luz de sol. 

            Llegaré a dormir un rato, no importa si me salto la primera clase, pediré los apuntes a Óscar después. La ventana que estaba abierta era la de al lado, la cerré. Me quiero dormir, pero esto es demasiado incómodo para hacerlo. Cinco paradas más y volveré al frío infernal de esta maldita ciudad. Le tengo que pedir a Óscar que me deje copiar de la tarea de ese quejumbroso profesor Jirafales, si me pide algo a cambio le compraré una empanda con el dinero del bus de regreso y le pediré a alguien que me devuelva o me quedaré en la casa de Óscar. Jirafales, girasol, jirafa. ¡Ha! No lo había pensado antes.

            Ya hay luz en las calles y personas alrededor de los puestos que venden café y canelazos. Uy, yo quiero. Una, dos, tres, ¿tres? Sí, tres paradas más y llego a mi paradero. La ciudad se está moviendo, pero ya no hay estrellas que mirar. No me gusta. Parece que comenzó el trancón. Supongo que es mejor caminar entonces, me compraré un canelazo y caminaré lo que me queda de trayecto. El bus se llenó. Intento no empujar mucho a las personas. Ah, el estudiante albóndiga sigue aquí; se nota que está muerto del frío y del sueño. Le hago una señal de despedida, me despido del conductor y me bajo del bus. 

            Hace menos frío que antes. A pesar de que las nubes tapan el cielo, ya no siento tanto frío. Buena hora para salir maldito sol. Maldito frío. Maldito sol. Maldito clima. Sí, quiero un canelazo. 

-Alejandra Silva

Recomendaciones de la semana:

Películas para este Halloween temprano:

El extraño mundo de Jack y Coraline

Documental:

Las manos de Bresson