González #593

Un departamento miope

Álvaro Cifuentes (Acif)

Ayer 7 de septiembre fue el cierre de la exposición The Anatomy of Painting en la National Portrait Gallery de Londres. Consiste en una retrospectiva de casi cuatro décadas de producción de la pintora Jenny Saville.

Se ha dicho que es la gran exposición del verano. Que es el frente vivo de la pintura figurativa de hoy. El montaje duró casi tres meses —desde junio— y se trasladará al Fort Worth Museum of Art en Texas en octubre.

Sobra decir que la obra de Jenny Saville es simplemente espectacular, pero no entraré en demasiados detalles, finjamos que soy imparcial.

Lo curioso, y sobre todo preocupante, es que si no fuera porque sigo las redes de Gagosian, (la galería que representa a Saville y a otros importantes figurativos de la escena contemporánea) no me habría enterado de esta exposición. En el Departamento de Arte no hubo ni una mención de ella. En ningún taller, ninguna clase, ningún pasillo. Silencio absoluto. Y me puso a pensar:

somos un Departamento de Arte en el que no se habla de arte.

No, claro, por supuesto que se habla de arte. ¿Cuántos correos no se han enviado sobre las recientes exposiciones en el Centro Cívico y Odeón? Hasta el MAMU y el Museo de Botero llega nuestra esfera. ¡Incluso a Espacio Alterno, de Uniandinos, en el Norte! Lejísimos, ¿no?

Odio decirlo, pero somos trágicamente endogámicos. Aclaro que no tienen nada de malo Odeón, el MAMU, la colección de Botero, la Sala Colpatria, etc., pero sí me resulta un poco triste que para muchos estudiantes esos sean los únicos horizontes posibles. Es tal la miopía que solo vemos lo que ocurre a dos cuadras de la universidad o, con suerte, en Bogotá. Todo lo demás —lo que pasa en Londres, Nueva York, São Paulo, Venecia— apenas aparece.

Sé que decir “lo que pasa en el mundo” puede sonar pretencioso o incluso desubicado en un contexto de debates decoloniales. Pero insisto: hablar de arte global no debería ser una excentricidad. Especialmente cuando muchas de esas discusiones, exposiciones y artistas están tocando temas que también nos interpelan aquí: cuerpo, identidad, raza, trauma, archivo, deseo, memoria, historia. ¿Por qué no ver cómo se está pensando eso desde otros lugares?

Noto que esa ceguera afecta con especial dureza a la pintura figurativa. Quizás porque aquí se asume que la figura es nomás una etapa transitoria en la formación del artista, un capricho adolescente que se abandona pronto para dedicarse a lo “verdaderamente contemporáneo”. Así, cualquier conversación sobre lo que está ocurriendo en ese frente global se diluye.

Voy en séptimo semestre de esta carrera que amo tanto, y ni una vez he oído hablar de la nueva figuración de Salman Toor, Doron Langberg, la misma Saville, como si el epítome de esa conversación hubiese sido Freud en los 70s. He tenido que acudir a Google, no a mis profes, para descubrir por quién y dónde se está manteniendo viva la pintura. No sorprende que hoy cuando se piden referentes, la mayoría de estudiantes salta a Pinterest. Hace poco el Met inauguró y cerró Sargent in Paris, por ejemplo, y acá no oímos nada.

Quiero aclarar, antes de que me odien: lo que ocurre cerca es súper importante. Es valioso que como estudiantes nos relacionemos con lo que pasa en Bogotá, que entendamos la escena local en la que probablemente trabajaremos. Pero sería ingenuo pensar que eso basta.

En un presente hiperconectado, la formación artística debería alimentarse tanto de lo que ocurre en este barrio como de lo que pasa en los espacios más influyentes del planeta. En mi mundo ideal tendríamos acceso a ambos frentes —lo cercano y lo lejano: una visión completa.

Escribo esto como mi primera columna de opinión, con toda la torpeza que eso implica, pero también con el deseo genuino de oír otras voces. No quiero tener la razón. Quiero conversar. Profesores, estudiantes, si tienen algo que decir: El González los espera.


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Un correo

Anónimo

A veces siento que no sé defenderme. La gente puede criticarme, incluso insultarme en la cara, y yo me quedo en silencio. Antes pensaba que tenía que responder, que debía decir algo para mostrar que no soy débil, o al menos intentar cambiar la perspectiva equivocada de quien me señalaba. Con el tiempo entendí que más que defenderme, lo que me nace es educar: hacer el esfuerzo de explicar que las cosas no son como las pintan, que los juicios ajenos están llenos de filtros que distorsionan la realidad.

Hoy agradezco haber tenido clases de inteligencia emocional, porque me enseñaron a ver distinto. Me hicieron notar que tanto quienes intentan desmoronarte como quienes sufren esos ataques necesitan, de alguna forma, aprender. Alguien que hiere con palabras lo hace desde sus propias carencias, y a veces es más importante reconocer eso que reaccionar con rabia.

Escuchar una crítica y simplemente asentir no es solución. Eso solo alimenta al crítico para que siga criticando. Pero tampoco creo que mi papel sea enfrentar a todos ni señalar sus errores. La vida misma, con sus consecuencias, será la que se encargue de mostrarle a cada uno el peso de sus actos.

Sin embargo, también he aprendido que hay momentos en los que vale la pena defenderse y esforzarse en corregir a alguien. Porque intentar no es perder: nunca sabré si mis palabras sembraron algo en esa persona, si tal vez un día, aunque no lo reconozca, aprendió a ser mejor. Alzar la voz cuando es necesario no es una batalla perdida, es una oportunidad de mostrar que se puede elegir un camino distinto al del desprecio o la humillación.

Lo que más me duele es cuando la herida viene de alguien que debería inspirar, como un profesor. Un maestro que escogió la docencia firmó, en cierto sentido, un pacto con la vida: educar para crecer, no para destruir. Y sin embargo, he visto cómo algunos profesores utilizan comentarios impertinentes y fuera de lugar que paralizan a los estudiantes con miedo. Pienso en esos compañeros que no saben defenderse y me duele.

A ellos quiero decirles que no se entreguen al desánimo. Que no permitan que un comentario los robe de sí mismos, de su felicidad. Que sigan siendo quienes son y no se preocupen por la amargura de otros. Porque al final, esa persona que critica sin límites también terminará preso de sí mismo: su falta de respeto hacia los demás es también falta de respeto hacia su propia vida. Y ese será su verdadero castigo, mucho más profundo que cualquier respuesta que yo pudiera darle.


Enviado Por

Un estudiante

El chiste se cuenta solo

Artecámara 2025 es un acontecimiento aterrador en mi opinión. Al menos un tercio de los artistas seleccionados son recién egresados de universidades privadas. Lo preocupante no es la elitización del arte, no esperamos nada menos de Artbo, lo preocupante es que se siga normalizando y presumiendo. Como uniandinos que pagamos 25´000.000 al semestre para hacer parte de la burbuja de artistas colombianos importantes, nos invito a ser autocríticos con el sistema que nos beneficia al dejar atrás a cientos de artistas emergentes con más trayectoria que nosotros.