González #514

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Paredes limpias, mentes en blanco

Enviado por Lucas Ospina

“Ahora sí parece un edificio de arte”, dijeron las dos mujeres. “Y no un hospital de una EPS”, respondí, ambas se rieron.

Ellas son dos personas empleadas por Casa Limpia, la empresa que la Universidad de los Andes subcontrata para limpiar segundo a segundo su campus donde las paredes, corredores y pisos sin mancha reflejan la voluntad higiénica de una parte de esa comunidad. El alto costo del contrato de limpieza académica viene incluido en la matrícula y suma unos cientos de miles de pesos a la cifra total que paga semestre a semestre el estudiantado ($19’492.000 de matrícula para que una mente en blanco acceda a un espacio limpio).

Era viernes 1 de abril y pasadas las cinco de la tarde las dos mujeres, el par de trabajadoras, como personas sensibles palmo a palmo a las vicisitudes del aseo bajo un salario mínimo, miraban con alegría las paredes blancas del primer piso, escaleras y pared de fondo del edificio TX del Departamento de Arte.

El espacio había sufrido una transformación liberadora: en cinco días había pasado de la palidez propia de la anemia académica a un colorido sarampión de signos y símbolos pintados en diversas técnicas. Dos o tres clases soltaron a sus estudiantes ante el mural y casi ningún profesor se animó a participar de esta convocatoria abierta que circuló en el Departamento de Arte y a la que se sumaron unos cuantos espontáneos (se informa que estudiantes de ingeniería, ciencia política, diseño y antropología se quitaron el tapabocas imaginario, dijeron y pintaron cosas, y se infectaron de creatividad). La dirección orquestal fue de Mateo Rincón, un recién egresado de arte que sabe de pedagogía: pinta y presta la brocha (a veces, los profesores, además de no enseñar, no dejamos aprender).

La libertad puede producir una alegría contagiosa y, cuando en una institución se da un breve veranillo de anarquía como el que se ve en ese mural festivo, las personas se sienten dispensadas de su inercia laboral, desatienden el negocio y abrazan y bailan al ritmo del ocio: por unos días, y durante la sesión nocturna del jueves de la “quedatón”, se vió el goce de la libertad de la expresión en una universidad sin condición, la felicidad de usar la propia voz en un coro polifónico que actúa sin la intermediación de un director, de una nota o de un premio. En el caso del espacio universitario esta epifanía colectiva hace olvidar por un momento el mandato de trabajar, trabajar y trabajar que todos cumplimos limpiando y brillando mentes y salones.

Este “vivir sabroso” de la “juntanza” (algo hemos aprendido del lenguaje de Francia Márquez en estos días) es producto de una colaboración horizontal: el cuerpo estudiantil de Lxs perrxs del Consejo sumados al apoyo y recursos gestionados por una profesora y dos profesores de la planta del énfasis de Prácticas de lo Público produjeron este evento donde el poder real de la representación estudiantil y de una posición laboral está en el poder de poder hacer (y no en el poder de estar solo en el poder para tener poder).

¿Qué le produce al arte un espacio utilitario, de cumplimientos estrictos, de limpieza inmaculada, donde todo es tan funcional? Ante la posibilidad de liberarnos, le tememos a la libertad. La palidez espectral de un espacio controlado y vigilado nos irradia y nos educa: una mancha nos asusta por su potencial viral (y más luego de la pandemia). Tal vez por eso, en los salones de dibujo y de pintura del Departamento de Arte, la institución ahora le pone un babero a los caballetes para no manchar el piso, prohibe clavar puntillas en las paredes y, a las seis de la tarde, pasa el celador a sacar a cualquiera que se anime a trabajar ahí sin tramitar el permiso requerido. Las paredes pálidas de esos salones hacen un eco perfecto al grafiti de “paredes limpias, mentes en blanco” que se pinta, borra y se repinta en las paredes de la Universidad Nacional.

Para calmar la ansiedad que nos produce el embrutecimiento ilustrado de este panóptico light uniandino, para calmar el ansía de un trauma educativo colectivo, para seguir con la rutina individualista de ir a clase a certificar y a certificarnos, para aliviar la frustración de un pensum tradicional que solo se reforma para seguir igual, por cansancio y por comodidad terminamos por poner en práctica el lema desalmado del burócrata: “al que nada hace, nada le pasa… al que nada hace, nada le pasa…” Y así pasamos de agache y nos graduamos de este kinder para adultos (o nos pensionamos).

Nos ha tomado más de ocho años pintar estas paredes y poco a poco se han hecho cosas aquí y allá. El arquitecto y los profesores de planta de las “áreas” que diseñaron el edificio tuvieron en mente sus clases de dibujo y de pintura, de computadores, de un sinfín fotográfico y de un gélido y anhelado auditorio con tramoya, pero mostraron nulo interés por los espacios comunes o por incluir otros medios y personas en la repartija del lugar: cerámica y gráfica no tuvieron representación en las asignaciones iniciales y Consuelo Gómez, la profesora de planta con más mística y oficio para la escultura, se jubiló de la universidad con la tristeza de abogar por 30 años ante la directivos y ante sus colegas por un espacio de escultura que nunca llegó (un espacio que existe, ahora, en el S2, pero que carece de un doliente que le ponga corazón y haga lo mejor posible con los medios disponibles).

El nuevo edificio TX nunca ha debido ser reconstruido ahí, mordiéndole un pedazo al cerro, ignorando el río, cortando un par de altos y dignos árboles, borrando del mapa un lote vertical de pasto ocioso que le sumaba agua lluvia al suelo, era cuna de cucarrones, laberinto de serpientes sabaneras y aeródromo de colibríes; jardín oculto a las cámaras de seguridad para ir en busca del sueño perdido y nido de ociosos y parejas que se querían conocer un poco más.

El miedo a salir al centro de la ciudad, a buscar edificios de combate que se podrían remodelar para arte en esa cuidad tan cercana y tan lejana a nuestro cerco mental, ha tugurizado el cada vez más escaso espacio libre del campus con moles de concreto que se ven bonitas en revistas de diseño y videos autopromocionales, que son el sueño de todo contratista y proveedor de la construcción, que elevan el costo de la matrícula pero que se limitan a ser una granja con lotes de rotación para el pastoreo de las clases.

Por fuera del contrato de calificar y ser calificado, los edificios no tienen mucho uso, son fríos, desangelados, mal iluminados, carentes de mesas para el trabajo pesado, sin enchufes cercanos de conexión ni espacios cómodos para la desconexión. Cuando estaba en planos el Edificio TX sugerí liberar unos de los salones para cocinar, calentarse, comer, hablar, dormir, soñar; mejorar la salud mental y volver a la vida del ritmo laboral. La propuesta no despertó interés en la planta profesoral.

Felipe Pacheco, como arquitecto del edificio TX, tampoco sintonizó con lo que podía ser un edificio de artes y siempre pareció ver el encargo como un corredor vertical que, con dos ascensores y un puente elevado sobre la avenida circunvalar, iba a hermanarse con su otra obra, el centro deportivo.

Cuando pude ver los planos donde ya todo había sido consumado bajo el encargo de los profesores de planta de la “áreas”, le dije a Pacheco que sobre esas amplias paredes y descansos de los espacios comunes podríamos hacer murales, poner paredes de luces de LED y pantallas para animar el espacio. El arquitecto no gustó de esa idea y cuando terminó de erigir su obra nos regaló una sorpresa: forró con una pintura verde, igual a la de una cadena almacenes, las paredes y corredores de la edificación, una invitación a la crítica que fue correspondida por el estudiantado que le puso al TX un apodo ultramerecido por su pretendido ecologismo pictórico: el “Falabella”.

Ante la posibilidad de que el edificio portara imágenes el arquitecto nos parecía pedir la resignación, limitarnos a la contemplación de su gran obra conceptual: la fachada occidental tipo espejo del TX Falabella refleja el cono del domo de la capilla, “¡Sublime! El presente y el pasado juntos…”, como pudo haber dicho el arquitecto para vender la idea del edificio ante las directivas de la universidad. En los primeros días de la instalación ese engaño no resultó tan conceptual y uno que otro pájaro chocó y vino a morir reventado contra ese cielo sólido pintado por el arquitecto.

Hace unos años, cuando fuimos a hacer la primera exposición y propusimos las primeras imágenes que se iban a posar sobre estas paredes del TX Falabella se nos dijo que no se podía, que tocaba buscar la aprobación del arquitecto, de lo contrario podría haber un riesgo legal para la universidad por una intervención no consultada sobre una “obra” ajena. Pasaron meses hasta que llegó el permiso de montar una exposición temporal, a baja altura, en adhesivo. Y luego para cualquier otra intervención fue lo mismo, el trámite, el anuncio, la anuencia, tanto así que el lunes 28 de marzo que comenzaba esta última intervención apareció un fantasma burocrático vestido de guardia de seguridad a exigir una autorización que luego alguien averiguó, que otro le dijo, que otro le contó, que otro le afirmó, que la universidad demoraba 10 días en tramitar. En casos así, de amnesia e inercia institucional, es mejor pedir disculpas que pedir permiso: procedimos a pintar.

“¿Qué les trasnocha?”, fue la pregunta que plantearon Lxs Perrxs del Concejo como punto de partida para activar el mural.

Otra universidad es posible, responde el mural del TX.