González #532

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ENVIADO POR CATALINA MEJÍA

Balada del adiós

Enviado: martes, 29 de noviembre de 2022 12:46 p. m. > Para: Carmen Cecilia Rodriguez Rojas; Yennifer Gonzalez Gacheta; Carolina Ceron Castilla; Carolina Franco Garcia; David Peña Lopera; Lina Maria Espinosa Salazar; Edgar Guzman Ruiz; Myriam Luisa Diaz Moyano; Fernando Uhia Arcila; Juan Fernando Herran Carreño; Juan Fernando Mejia Diaz; Maria Margarita Jimenez Villalta; Luis Ricardo Arias Vega; Jaime Iregui; Carmen Gil Vrolijk; Eduardo Pradilla Hernandez > Asunto: Balada del adiós

Bogotá, 28 de noviembre de 2022

Queridos colegas,

Me alegra mucho saber que la facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de los Andes, haya sido reconocida a nivel internacional como la mejor de la Universidad. El departamento de arte es como un diamante en bruto y quizás valdría la pena aprovechar esto para buscar más recursos porque si bien no es rentable es el más reconocido.

Algunos de ustedes saben que este semestre no fui profesora en la universidad. Me cancelaron la clase porque tenía 7 estudiantes inscritos (les adjunto el pantallazo que tomé el domingo antes del primer día). Me cerraron la clase el viernes antes de entrar. Eran 7 estudiantes. Venimos de 2 años muy duros de reajustes y recortes en el departamento, en donde todo literalmente se nos desbarajustó. Yo, antes de esto, ya había dictado clases tanto de 7 como de 20 estudiantes. ¿En una coyuntura como en la que nos encontramos todavía, no nos deberíamos ayudar? No fue justo. Me hizo mucho daño y me dolió.

He sido muy crítica con los cambios que se están haciendo en el departamento. Incluso a ustedes les escribí una carta pidiéndoles reconsiderar esos cambios. Hace un mes me reuni con la direccion y los profesores de taller avanzado, nos querían explicar los cambios en el departamento. Como no estoy de acuerdo con lo que se esta haciendo estuve cuestionando todo, ante lo cual recibi como respuesta que si no me gustaban los cambios habia un cerro de hojas de vida de personas que querían dictar clases en la universidad. Por ello, les recordé que estábamos en la academia, espacio en donde se discuten las ideas, algo a lo que habían demostrado ser renuentes, como en las tantas veces en las que simplemente no dieron respuesta a las cartas de otros profesores de cátedra que no estaban de acuerdo con estos cambios, o cuando ignoraron una carta firmada por 134 estudiantes. Me dijeron que el departamento había buscado hacerlo y no había tenido ninguna acogida. La verdad es que yo nunca vi la posibilidad de que se diera un debate, de hecho, ustedes mismos no contestaron mi carta, como le pasó a los demás profesores de cátedra , o peor aun a los estudiantes. Sigo pensando que estan cometiendo un error .

Yo no quiero dar un taller de 4 horas. Hice cálculos y esto me permite solo 15 minutos a la semana por estudiante, suponiendo un grupo de 16 , y un total de 4 horas al semestre. Como dije en mi anterior carta no caigamos en talleres express, y no neguemos la importancia de los docentes. En la pandemia todos tuvimos que buscar recursos en YouTube, ahi hay clases de todo tipo. Lo que se propone no valora al maestro.

Me voy, y les quería contar por qué. No estoy de acuerdo con los cambios, no me gusta la educacion que proponen. El que cancelaran mi clase me hizo ver que la universidad cuenta conmigo , pero que yo no puedo contar con la universidad .

Voy a extrañar mucho a la universidad y voy a extrañarlos a todos ustedes, pero sobre todo voy a extrañar a los estudiantes que me daban muchas alegrías.

Un abrazo para todos y gracias,

Catalina Mejia


Un consejo para el consejo

Queridos colegas del consejo:

Me atrevo a escribirles esta carta por la relación que he tenido con todos ustedes ya sea como amigos, compañeros o colegas en esta facultad.

Todos sabemos la crisis que ocasiono la pandemia en la facultad, y como esta afectó en lo económico a los profesores de catedra. Quedamos y seguimos en el aire. Pero mi propósito no es escribir sobre esto, no. Mi propósito es hacer una reflexión sobre lo que hasta ahora ha sido la filosofía de la facultad de artes de la Universidad de los Andes y como los cambios que se están haciendo van en contra de esta.

Algunos de ustedes, al igual que yo estudiamos aquí. Mis talleres eran de 6 u ocho horas semanales (no recuerdo bien) y me los dictaron: Carlos Rojas, Santiago Cárdenas, Antonio Barrera, Ramirez Villamizar, John Castles, Giangrandi, Maripaz Jaramillo y otros, con la tutoría de Miguel Angel Rojas. No éramos más de 10 alumnos en un taller y los teníamos para nosotros, un privilegio que además pagamos. Después vendrían Doris Salcedo, Consuelo Gómez y otros. Y esto, porque dentro de su filosofía, la facultad ha buscado siempre tener en su cuerpo docente a los mejores artistas. Y vendemos esto, además de la exclusividad que significa estar en un taller de máximo 16 estudiantes, sino son menos. Nosotros somos los Cárdenas, Salcedo y Rojas de ahora. Hacemos la diferencia. Porque en un taller se dan diálogos que van más allá de los requisitos. En mi caso además de ser su profesora de PE, he sido profesora de cine, historia, algunas veces de instalación, de fotografía y hasta psicóloga. Yo tuve maestros que me cambiaron la vida y yo sé que en mis talleres he cambiado vidas. Y es justo porque en esas horas de intercambio, de dialogo casual, es en donde el maestro deja su huella. En mi área, el taller de PE de cuatro horas sería un taller express. Y me temo entraríamos en una dinámica de solo cumplir requisitos. Dentro de la filosofía de los Andes, siempre se ha valorado al maestro y la relación privilegiada de este con el alumno. Esto nos ha hecho distintos a las otras universidades, y es entre otras la razón por la que se paga la matricula que se paga. Si perdemos esto, podemos no ser más (junto con la Nacional) la mejor opción.

Pilas!

Un abrazo a todos,

Cata Mejía

Bogotá, 3 de noviembre de 2021


ENVIADO POR LUCAS OSPINA

Catalina Mejía: una profesora juvenil entre la juventud

Esta semana me enteré que Catalina Mejía, la profesora de cátedra querida por generaciones de estudiantes durante más de tres décadas, envió hace unos días una carta a los profesores de planta para darle un triste y forzado adiós a su trabajo en el Departamento de Arte.

Por un error de digitación mi dirección no fue incluida en esa carta del 28 de noviembre, pero veo que esa comunicación fue asumida por muchos de sus destinatarios como si fuera “correo no deseado”. 

A los pocos días el mensaje de Catalina Mejía recibió una respuesta protocolaria por parte de la Dirección del Departamento de Arte, protocolaria pues reconoce sus aportes, pero es condescendiente, evade tocar los puntos álgidos del mensaje y atribuye, sin el menor asomo de autocrítica, los argumentos de la profesora a una condición de percepción: como si no fuera evidente el maltrato laboral a Catalina Mejía —y por extensión a los profesores de cátedra—, cuando en una reunión reciente alguién de planta les advierte que, ante sus críticas al Departamento de Arte, hay “un cerro de hojas de vida de personas que querían dictar clases en la universidad”. Con hechos así, la apertura mínima para tener un diálogo honesto y respetuoso debía comenzar con una disculpa.

Solo una única y solitaria profesora de planta respondió solidaria al mensaje de su colega de cátedra.

* * *

En 1990 la primera clase que tuve como estudiante de arte en la Universidad de los Andes fue con Catalina Mejía, ella venía de estudiar en Estados Unidos y para el Taller Básico en que se estrenaba traía una serie bien pensada de ejercicios que me abrieron al arte en muchas dimensiones. Recuerdo que desde la primera clase le hice la vida difícil como profesora, mostré algo de indiferencia, de la cerrazón y narcisismo propios del machito alfa que piensa que se las sabe todas, pero nada que hacer, esta profesora se ganó mi corazón a las pocas semanas: su mirada atenta y facilidad para entrar con ella en discusiones serias y concentradas sobre minucias —una línea, un color, un gesto— produjeron una cercanía creativa que iba, venía y se interiorizaba como las bocanadas de humo del cigarrillo que ella aspiraba en los descansos. 

Sin duda Catalina Mejía nos marcó a muchos en esos talleres básicos del programa de los años noventa. El espacio de ese taller era único, el programa acogía a todo el estudiantado en un solo curso de varias secciones que en seis horas semanales y 16 semanas armaba lazos intensos de amistad a corto, mediano y largo plazo.

El diálogo extenso con Catalina Mejía en ese Taller Básico de los noventa me trajo grandes regalos con obras de artistas desconocidos, textos, libros y manuales de técnicas que ella me confiaba para que les sacara fotocopia y los leyera con calma en los largos tiempos de ocio que dejaba la vida universitaria de esa época. Luego fui su monitor de Taller Básico por varios semestres y durante todo el pregrado fue la profesora a la que volvía una y otra vez para mostrarle cosas y que exprimía en encuentros casuales y rápidos de corredor para oírle una que otra opinión sobre algo visto o hecho. En un Salón Nacional de Artistas vi un cuadro de Catalina Mejía entre cientos de obras, me sentí contento de conocer a la artista y luego aún más feliz y orgulloso cuando ella obtuvo uno de los primeros premios.

* * *

Años después, cuando regresé a la universidad como profesor de planta, me alegró ver que en este paisaje cada vez más frío, corporativo y senil del campus de la Universidad de los Andes, ahí estaba mi profesora, ya no era tan joven, pero seguía igual de juvenil entre la juventud. Más de una vez en estos años he pasado por su salón de clase y me alegra ver a grupos de estudiantes encantados con ella y la complicidad de su colegaje. En conversaciones me gusta ver como ella recuerda con cariño a decenas de personas que han pasado por acá.

Es una tristeza que la memoria positiva que tiene Catalina Mejía de la Universidad de los Andes ahora tenga un recuerdo doloroso ante el daño recibido: la atmósfera enrarecida que produce la inercia del Departamento de Arte en estos últimos años ha herido con sus prácticas continuadas de descuido a muchas personas.

Hace un año 131 estudiantes, 10 docentes de cátedra y 3 de planta firmaron una carta redactada por las representantes estudiantiles en la que expresaban dudas e inquietudes ante la forma como se estaba implementando la reforma del programa del pregrado del Departamento de Arte. Al mensaje por correo dirigido al Consejo de Profesores le siguió un largo hilo de mensajes donde, sobre todo, varias personas de la cátedra expresaron su opinión. La gran mayoría de la planta optó por abstenerse de participar en ese diálogo y prefirió el espacio cerrado y exclusivo de las reuniones de consejo para ventilar sus opiniones.

El cierre de esa conversación fue un mensaje jerárquico por parte de la dirección del Departamento de Arte para anunciar que uno de los puntos álgidos, el recorte de los talleres de 6 a 4 horas propuesto por la planta de las “áreas” de Plásticas y MEAT, seguía inalterable y se prometía un proceso de evaluación y discusión general que en todo el año 2023 nunca tuvo lugar. El recorte de dos horas en lo académico significó una reducción salarial significativa para la cátedra y la propuesta, hecha dos veces, de compensar en lo económico ese descalabro y el esfuerzo adicional de trabajo y seguimiento a estudiantes por fuera de los tiempos de clase nunca tuvo acogida entre planta y directivas. El balance económico del Departamento de Arte se ha visto beneficiado con ese “ahorro” semestral conseguido a costa de disminuir el salario de la cátedra en tiempos de pandemia.

Catalina Mejía fue una de las voces que participó de ese debate y que cuestionó esa modalidad de talleres express que tiene al cuerpo estudiantil corriendo de aquí para allá, viendo ocho tallercitos de ocho semanas y cuatro horas en el primer año, sin poder detenerse a pensar: un pensum roto, escuelero y maltrecho resultado de un Departamento de Arte autosatisfecho que, para reformarse, solo parece mirarse a sí mismo y hace cambios mínimos para que todo siga igual.

Desde el énfasis de Prácticas de lo Público ya veremos cómo hacemos para que Catalina Mejía vuelva a la Universidad de los Andes a dar clase: un espacio mínimo pero significativo le hemos ganado a esa aplanadora de votos de los comités, los cacicazgos y la división por “áreas” del Departamento de Arte.

Nos gusta imaginar que otra universidad es posible.