González #569


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La técnica es sencilla. Expandir el cuerpo a una sobrecarga estimulante.

El virus es la resistencia al organismo neo digital. La predisposición de la meta data que

calcula la cadencia de la masturbación.

El asistente virtual; un perrito o un mago o el monacho que quiera diseñar Microsoft,

recomienda modular el volumen, desconectarse de la pantalla, poner un control parental,

subir la frecuencia en el movimiento superior, bajar la intensidad en el origen. Pegado al

ombligo, el movimiento debe asimilar una cresta de clorofila. El abedul, pensar en abedules

es erógeno. Entre el ojo cerrado y el final de los genitales, lo que los doctores llaman “El

Niés”.

Dibujar círculos con profundidad en la cresta del cuerpo.

Poner presión.

Es como evitar caer en los errores tontos. Es jugar un juego permanente y disponerse a no

decir trece en toda la semana.

Saber que si me escuchan decir trece me dirán “Agáchese que me crece” y yo prefiero “Aquí

las tengo para que me las bese” pero aquí estamos por reunidos por una revolución molecular

amplificada de tirarnos bolas de papel babeadas al fondo del salón. La recocha es siempre al

fondo del salón.

Y no importa si prefiero que me la hagan con “Aquí las tengo para que me las bese”. Papi,

da igual.

Pero también se puede hacer la resistencia sistemática evitando pisar las líneas de las baldosas

en Unicentro. O sea, también se puede y es una idea más cómoda. Algunos no le ven el chiste

al trece, bueno, ni modo. Hay gente que lo ve ofensivo y se monta la pelea del año en el blog

entre los twinks que dirían: YO QUIERO YO QUIERO YO QUIERO y los otros que

entendieron el capítulo como una resistencia vulgar ante la domesticación del pensamiento

post racional.

Y, bueno, ya ni importa lo que quieran hacer los primeros o los segundos. Hay gente que sabe

a lo que va. Hace memes con la foto de Wittgenstein y escriben: Cuando las viejas dicen

“quiero” y los manes “pene”. Ajá, digamos que entendió y sabe hacia donde poner la semilla.

Es como, como abalanzarse sobre una roca y luego masticarla. Es saber que la esquizofrenia

es resistencia emocional del algoritmo predispuesto.

Hay gente que está acá por eso y otra que simplemente se mamó de su novio, el TODO-SE-

PUEDE-EN-EL-AMOR-LIBRE.COM. Mamera. Muy perdible ese plan de llorar por un tipo

a la que una le pintaba las uñas y le depilaba las axilas y el langaruto ese se ponía las blusas

ochenteras de su tía para ir a las marchas del 8M pero una le revisaba el celular y es que eneste mundo no hay charco para tanto sapo definitivamente. Y amar tanto a los que llegan

porque sí, porque no y por si acaso como esos guerrilleros que le tienen miedo al fuego. A

los de cuerpo de sardina que se desnudan y nadan en bodegas de limpieza química al borde

del río podrido y juran que pueden hacer tai-chi después de comer paloma asada. Sí. La

capacidad de dibujar con los dedos un poema en los vidrios empañados de un Transmilenio.

Tienen internet, eso es más que suficiente.

Vamos a sacar manifiesto.

Lo íbamos a sacar la semana pasada, pero se me venció la licencia del Office y el ingeniero

que contraté en Unilago me formateó todo el computador.

Es decidir que el espasmo energético es la decapitación de los peluches feos. Check. Escribir

teorías conspirativas de Hello Kitty o hacer ilustraciones zoofílicas de Carlos Calero

cogiéndose a Aurelio Cheveroni. Check. Ser DJ de ambient sampleando los mejores chistes

de Don Jediondo en la Luciérnaga. Check.

Es una serie de acciones colectivas planeando por montes de basura, como mosquitos

magullados. Consumir una imagen en su reciclaje como rayadura de colorante artificial, eso,

la pega de la pega, el sobrao en la olla gorda y quemada que fue escudo antibalas en la toma

del pueblo.

(¿Cómo así? ¿Se tomaron el pueblo? Yo no me enteré)

Y tener que decirles que fue, es y será tomado por el comando nororiental, submental,

postestructural, antisensorial del movimiento urbano que sea, desde los predicadores de la

guaracha hasta el sindicato de buseteros intolerantes a la lactosa.

Creo que haremos la acción de las líneas. Nada. Iremos a Unicentro a no pisar las líneas de

las baldosas.

Otro día haremos una fogata con billetes didácticos.

Un podcast sobre la república de Weimar.

Un meme con códigos mutantes.

Una sobrecarga para la persistencia transgénica de las remolachas. Y de las zanahorias,

también de las zanahorias.

– Andrés García Suárez


La magia de Internet y su multi ventana

Era por ahí el 2016 cuando por primera vez descubrimos la pornografía. Sofía no tenía papá, el desgraciado la dejó tirada como en el cuento de “los cigarrillos”, pero este fue más avispado y se llevó sus cosas sin previo aviso. La mamá de Sofía tenía turnos larguísimos en la clínica Marly en esos años, todo porque tenía un cargo importante y la gente se volvía medio impotente sin ella. Todos los días la ruta del colegio salía por la conejera y nos dejaba en su casa, nadie nos recibía, pero siempre teníamos las comodidades más desmedidas; cereales, leches vegetales, helados sin saborizantes. Yo les decía a mis papás que necesitaba quedarme allá los jueves para adelantar trabajos, pero me quedaba porque Sofía tenía un televisor enorme en su cuarto, con parlantes y un computador conectado donde podíamos buscar cualquier cosa; la mamá de Sofía en ese entonces no sabía nada sobre “control parental”, pero más adelante aprendería como bloquear paginas y restringir tiempos en pantalla. 

Uno de esos jueves nos dio por preguntarle al genio de la lampara cómo eran los penes. Sin filtros ni explicaciones nos enseñó imágenes de hombres acuerpados con miembros erectos. Fue algo desagradable, pero por alguna razón no quitamos las fotos, y fuimos saltando de una en una hasta aventurarnos como foráneas inexpertas en una pagina clandestina de sexo grotesco y para nada parecido al encantador proceso de fecundación que nos explicaron en clase; pésima profesora, por cierto. De ahí en adelante los jueves de seis a nueve de la noche disfrutamos de la franja cinematográfica en el cuarto de Sofía, invitamos a Laura y a Valentina, descubrimos que las mujeres también hacen pornografía, también gritan cuando se tocan entre ellas, que también se amarran y se jalan el cabello. Para la exposición final de la clase de “sexualidad” decidimos proponer una actividad; tapamos las ventanas con bolsas de basura, cerramos la puerta y proyectamos la que para nosotras había sido la mejor de todas las películas de ese semestre. La profesora casi se infarta, quemar el colegio con todos dentro habría sido menos alarmante para la junta directiva. Llamaron a nuestras familias, a la mamá de Sofía, a mis dos papás, a las dos mamás de Laura y a la abuela católica de Valentina. El regaño fue para todo el equipo, el de crianza y el anarquista. Al final nuestras familias nos torturaron con una conversación incomoda de varias horas y una restricción de tiempo en nuestra sala de cine comunal, pero nada más. 

Al volver de las vacaciones de junio, nuestro club se abrió para nuevas integrantes, cobramos el ingreso y pagamos una suscripción a una página en la que no solo podíamos ver, también podíamos preguntar cosas en vivo. Ninguna se hizo ninfómana, ninguna corrompió o rompió con los valores de la institución educativa, incluso Laura ahora es gurú en un pequeño pueblo de España, y yo, yo soy artista, a lo mejor a mi si me quedaron cosas raras en la cabeza. 

– David Muñoz Velásquez