


Fragmentos sobre la escritura y el fingimiento
S. S. Gómez
I. La página en blanco
Hoy escuché: “Lo más difícil es pasar de la hoja en blanco”. Pensé: “Lo más difícil es no borrar las palabras después de que han sido escritas”. Porque la escritura no comienza con la inscripción, sino con la promesa de su permanencia. El miedo verdadero no habita en la página vacía —ese espacio de todas las posibilidades—, sino en la palabra ya fijada, expuesta, vulnerable.
II. El terror de ser leída
Existe un miedo que me llega de la nada: el temor a ser descubierta. A que la lectura revele en mí una falta demasiado grande para la imagen que proyecto cuando camino por la calle, cuando viajo en el bus, cuando bebo café en la esquina. Esa mujer ordinaria que ejecuta gestos corrientes. El pánico no reside en que mi mundo interior sea ajeno al mundo de todos, sino, peor aún, en que estos miedos, estas amenazas que me habitan, constituyan precisamente el día a día de quienes me rodean. En que mi singularidad sea, en realidad, la más común de las experiencias.
III. El micrófono invisible
Escribir sabiendo que seré leída cambia la naturaleza misma del acto. Eso ya lo había dicho alguien, ya lo han dicho muchas personas. Y es verdad. Ya no escribo a alguien, sino ante alguien. Me sitúo frente a un micrófono invisible, enfrentando una multitud sin rostro. Y siempre, invariablemente, el silencio. Ese silencio que puede ser complicidad o condena.
IV. El refugio de la metáfora
La poesía me seduce porque puedo habitarla como un código privado: mis metáforas, mis mundos ambiguos e indirectos. Puedo hablar de lo insignificante y lo trascendental simultáneamente mientras pronuncio risa, flor, viento, río. Esas imágenes primitivas y manoseadas que la tradición poética ha legitimado. Me escondo tras esas evocaciones. Todos mis pensamientos, mis sentimientos desbordados, encapsulados para que yo recupere la compostura. La metáfora es mi vestimenta: máscara, armadura.
V. El miedo al miedo
Y temo también esto: que mi ejercicio poético —del cual me convenzo de que representa un progreso genuino en mi pobre carrera literaria— sea meramente terapéutico. Que permanezca siempre detrás de la línea, sin buscar nada que vaya más allá de mi sombra, de la esquina oscura de mi habitación, de unos dedos que teclean mientras las lágrimas caen. La escritura como catarsis y no como poiesis.
VI. La soledad como elección
Cuando la soledad es una decisión consciente y no una circunstancia, uno puede analizar las complejas razones de ese retiro. Solo al saber que hay otros esperando, se logra la lucidez para comprender, con franqueza, el beneficio o la desgracia de ese camino. Tal vez a mí me sucede que tengo miedo de esas miradas y de esos silencios. En resumen: miedo a las opiniones y a los rechazos. No tal vez, sino en verdad.
VII. El imperativo de no borrar
Ahora miro estos párrafos y me digo: no los borres. Aunque los lea una persona o mil, aunque no los lea nadie. Debo dejar de esconderme detrás de las metáforas. Avanzar poco a poco desde la última fila del salón. Escribir las palabras que deben ser escritas, no las que pueden ser toleradas.
VIII. La honestidad como virtud
Últimamente me digo a mí misma que, en verdad, la mayor de las virtudes es la honestidad. No la honestidad como confesión espectacular o como ingenuidad, sino la honestidad como práctica cotidiana de no mentir sobre lo que somos, sobre lo que sentimos, sobre lo que no sabemos. Cargar con versiones falsas de nosotros mismos, sostener narrativas que no nos pertenecen, fingir claridades donde hay confusión: todo esto consume una energía que podríamos destinar a otra cosa. La deshonestidad es un trabajo agotador.
IX. La confesión del fingimiento
Pero no he sido honesta. He pretendido ser poeta. He pretendido lo que pretende el poeta. He adoptado la postura, he estudiado el gesto. He fingido vidas que no han sido mías. He adoptado tonos que no me pertenecían, he habitado experiencias ajenas como si fueran propias, he construido una voz lírica que era, en realidad, un collage de voces leídas, admiradas, robadas. He fingido cualidades que no he trabajado: la profundidad que no he alcanzado mediante el pensamiento riguroso, la sensibilidad que no he cultivado mediante la atención sostenida, la sabiduría que no he ganado mediante el error y la reflexión. He fingido alegrías que no he alcanzado, quizás el fingimiento más triste de todos: simular plenitud, paz, certezas.
X. El error como humanidad
Y aunque da miedo alcanzar la honestidad, y no borrar el error del papel, y mostrarle el error al mundo, es precisamente este acto —el acto de no borrar— el que constituye un paso hacia la humanidad. Hay que rechazar la impostura de la palabra perfecta, esa ilusión de que algunos escriben sin dudar, sin tachar, sin volver atrás. Admitamos que escribir es siempre un acto precario, provisional, sujeto a revisión. Y esta admisión nos iguala: todos escribimos desde la misma fragilidad.
La escritura es un acto de exposición.
Nos Envían
El actor y el poeta
Julián Samsa
La diferencia entre un actor y un poeta es que a uno lo consumen los personajes y el otro los consume. Uno sangra para recrear escenas, el otro alucina con ellas. Uno expulsa la historia parida, el otro sueña con historias ajenas. Uno se regocija cuando la tinta se acaba, el otro no quiere acabar nunca. Uno tiene una fachada de intelectual, el otro vive en un patriotismo callejero. Uno asimila su realidad efímera, el otro teme asimilarse a sí mismo. Uno imagina mundos distantes, el otro se ahorca en mundos huesos. Uno estalla descubriendo su voz, el otro no duerme de tantas voces a su alrededor. Uno escribe como si fuera la última vez, el otro se mueve como cosa consumida bajo el fuego. Uno anhela el suicidio, el otro lee sobre suicidios. Uno comprueba su obra deslumbrante, al otro lo persiguen bajo un puñado de píldoras. Uno vive en tiempos anacrónicos, el otro tiene tiempo añejo. Uno descansa la historia con un paseo bajo la colina, el otro espera que la historia le permita salir. Uno revive el horror de la historia, el otro necesita terapia de haberla hecho propia.
Uno abrasa su retrato publicado, el otro se desconoce bajo un delirio de Korsakoff. Uno va de prisa bajo el andén, el otro se asegura que nadie esté. Uno visita a familiares olvidados, el otro despacha a cualquier persona con su brazo. Uno espera que su vida sea más que solo humo, el otro nació siendo polvo y nada más. Uno se siente acosado por los personajes, el otro los eligió a dedo.
Síndrome de las mil voces: La diferencia entre un actor y un poeta es que ambos se encuentran en una escaramuza de perros en la que uno persigue al otro, el otro responde y cuando están fatigados de tanto correr y correr se toman un tiempo para darse cuenta de que era una guerra perpetua con su propia cola.
“Fue la experiencia más aterradora de mi vida… ya no tengo fuerzas para seguir escribiendo. Es inexpresablemente doloroso vivir en este estado mental. ¿No hay nadie que venga y me estrangule en silencio mientras duermo?”
Ryūnosuke Akutagawa, Los engranajes (1927)
Nos Envían
No se les ocurra ir a bu!!A 14
Adolph Hitler
Cuando la determinación de estos perversos niños contamine sus almas no habrá vuelta atrás. Las manchas de su entusiasmo torcido perdurarán en su carácter hasta el Día del Juicio, en el que ni razón ni naturaleza sin hábito bastarán para salvarlos. Los organizadores y participantes de este vergonzoso evento, esta ralea de pequeños fabricantes de arte contemporáneo, son claros representantes de los elementos de la ruina nacional que han inspirado nuestra lucha verdaderamente furibunda. ¿Qué encontrarán en bu!!A 14? Una multitud mugrosa cooptada por el arte degenerado, ropa sobre la que cualquier prócer nacional emitiría el más bajo juicio, los vicios propios de la ociosa judería y un grupo de DJs cuya musa defiende Dios sabe qué intereses vitales en este mundo. No vayan a bu!!A 14: las revistas están llenas de palabrería entusiasta vacía de sentido y los tacos son comida de bolchevique.
Desde El González rogamos sean inteligentes sobre los pseudónimos que usan. De igual forma, nos mantenemos en nuestro compromiso con la libertad de expresión y el juego literario. Como no sentimos que en este texto se esté reproduciendo un discurso de odio, consideramos prudente su publicación. Les pedimos usar sanamente este tipo de recursos.
Enviado por
Maria Camila López
Autor desconocido
one of the greatest tragedies in life is that you will always be loved more than you will ever know. someone in class finds your presence inviting and warm, even if you’ve only ever exchanged a few words with them – maybe none at all. someone on the street loves your smile and it gets them down the next few blocks. someone you used to be friends with still wishes to fondly call your name. someone you used to be friends with five years ago would give anything to be in the same room as you today. someone who regularly comes into work is disappointed when you aren’t there to brighten their day. someone missed you today. someone noticed you were gone. someone loves you when you’re there; someone loves you when you’re nowhere to be found at all. you think you have always disappeared when you’re no longer in the picture, but you’ve never left the frame.