González #600

mañana pensaba salir a caminar por el centro,
por si te interesa venir

Nemo

Son pocos los recuerdos que tengo con él en el centro, tanto que puedo contarlos en una sola mano. Hablo del centro centro, nada de la burbuja uniandina. Me gusta andar por el centro, conocer cosas, ir a museos y galerías, caminar por la séptima, comer, escuchar música, etc etc etc. Tiene su encanto. Admito que no salgo a caminar por el centro tanto como me gustaría. Pero me gusta el centro. Y me gusta ir acompañade, sobre todo si voy a zonas que conozco poco. Pero la compañía me gusta sobre todo porque es más divertido así.

Esto, claramente, creaba un conflicto grande: quería pasar tiempo con él, y él conmigo, pero yo quería pasar tiempo en el centro. Ver cosas, buscar cosas, comer, lo que fuera. Gran parte de las actividades o situaciones que me llaman la atención suceden en el centro. Casi siempre, tuve que vivirlas sin él. No creo que fuera porque no le importara hacer un esfuerzo por pasar tiempo conmigo. No era sólo eso, al menos. Era, sobre todo, porque resulta que es el verdadero estereotipo de gomelo, rozando lo clasista, incluso. Le teme a cualquier barrio que no sea de estrato 5 a 6 y que esté bien al norte; obviamente le teme al centro y le da asco. No conoce el centro y no se atrevía a caminar por allá solo. Incluso acompañado, odiaba la idea.

Entiendo eso de temerle al centro cuando uno no lo conoce, porque me pasó. Entiendo además que hay una diferencia enorme entre el barrio en el que él vive, al que está acostumbrado, y la mayoría de los barrios en el centro. Si a mí me falta calle, él no tiene ni un andén. Pero, negarse a intentarlo, negarse a que a uno le enseñen y le muestren, negarse a acompañar a la persona que más amas sólo por los prejuicios negativos que tienes sobre el centro de tu propia ciudad, eso no lo entiendo.

Entonces, son contadas las veces que estuvimos juntos en el centro. Y cuando sucedió, fue más bien porque no tenía opción.

Estuvo esa vez que vimos un curso de cómic durante un intersemestral. Él, realmente, sólo la inscribió para estar más tiempo conmigo porque sabía que yo pasaría mucho tiempo en eso y que nos veríamos un poco menos. Uno de esos días fuimos a ver una exposición en La Macarena. Fuimos caminando, llegamos, vimos, oímos, nos fuimos. Cerca del final del intersemestral, teníamos que ir a pegar unos dibujos grandes con engrudo en una pared de esas de metal alrededor de estructuras en construcción o abandonadas. De nuevo lo acompañé yo a él, realmente, y fue nuevamente por obligación.

Y hubo otra vez, que yo iba al MAMU a ver una exposición y hacer un video. Quería compañía, sobre todo por el video, y sólo él estaba disponible. Entonces aceptó, me acompañó. Lo noté nervioso en el camino, desubicado. Supuestamente me acompañaba él a mí para ayudarme, y un poco también por mi seguridad, supongo (según él). Pero al final parecía más bien que era yo quien lo acompañaba a él, otra vez.

Tres veces. Tres, de las miles que yo he ido con amigues o por mi cuenta a hacer lo que sea en el centro. Tres, porque no quería salir de su zona de confort. Ni siquiera por mí. Tres veces, en casi dos años de conocernos. Pero agradezco, en parte, que fuera así. Porque ninguna parte del centro, fuera de la ya mencionada burbuja uniandina, me recuerda a él. Los lugares que me causan esa nostalgia son realmente pocos, y a la mayoría ya no tengo acceso, o no tengo ya razones para frecuentarlos.


Reseña: Bugonia (2025)

D. Lumière

Cuando rodaron los créditos de Bugonia el teatro quedó suspendido en absoluto silencio. Diez, quince o treinta segundos, no lo sé. Supongo que ya es costumbre con las películas del extrañamente brillante Yorgos Lanthimos.

Decir que es prolífico sería poco. En los últimos años ha salido con cuatro ambiciosos proyectos protagonizados por Emma Stone: The Favourite (2017), Poor Things (2023), Kinds of Kindness (2024) y, ahora, Bugonia (2025), tres de ellos en solo TRES años. El dúo director-actriz ha demostrado ser un catalizador perfecto para los delirios fílmicos del autor griego.

Desde The Lobster en 2015, Lanthimos desplegó su inusual estilo en pleno esplendor: crea universos llenos de un enorme extrañamiento con premisas absurdas, tono grotesco y realidades desconcertantes. Sus proyectos son sinónimos ejemplares de la palabra «bizarro», y le han servido para hablar de todo aquello que resulta incómodamente humano. Bugonia no es para nada una excepción.

La historia sigue a Teddy (Jesse Plemons —actorazo—), un hombre conspiranoico que se ha convencido de que Michelle (Emma Stone) —la CEO de una exitosa empresa biomédica— hace parte de una raza alienígena que busca destruir la Tierra. En un intento sincero de negociar la salvación de la humanidad, Teddy secuestra a Michelle y planea usarla como rehén en la inminente visita de los aliens durante el eclipse lunar. La trama se desenvuelve en gran medida como un astuto estudio de estos dos personajes en su absurda y terca negociación.

Sobre todo, Lanthimos es un maestro absoluto del ritmo. Al son de una brillante banda sonora que captura toda la ingenua grandeza de un viaje interestelar, Bugonia manipula magistralmente el tempo, yendo constantemente entre acelerones y frenazos que impiden acomodarse, mucho menos aferrarse a cualquier breve sentido de “normalidad”.

La premisa sitúa al film dentro del discurso contemporáneo de los incels, el anti-intelectualismo, las cámaras de eco mediáticas (léase: Reddit) y el alza del fanatismo paranoico ciego (cough Musk cough Trump); y, aún así, gracias al estelar trabajo de Plemons y Stone, uno acaba simpatizando con todos, entendiendo por qué el incel protagónico es como es.

El final ha dividido opiniones, y lo admito: mi primer instinto fue sentirlo decepcionante. Lo aprecio únicamente por la extravagancia de esa última secuencia estrambótica, la cual amé. De ahí la deducción de media estrella.

Una película imperdible, una adición invaluable al canon de Lanthimos —y Lanthimos-Stone, que ya se perfila como una de las colaboraciones más fructíferas del siglo XXI o, me atrevo a decir, la historia del cine: Bugonia te dejará sentado, babeando, catatónico. (4.5/5)

★★★★⯪


GRISES

Parada en medio de los tonos grises me he puesto a pensar  
¿Por qué todo es negro?  
No podía ver, no podía respirar, no podía ser feliz.  
El blanco también me quita la respiración.  
Me da ansiedad.  
Si te acercas lo suficiente, el blanco contiene mucho ruido.  

Un pequeño poema para el cierre de semestre que nos acoge en su escala de grises.

— Sofía Díaz C.


Enviado por

Karen Babativa

He pensado mucho en cómo este medio me permite dejar una parte de mí escrita y plasmada, el cómo me permite dejar un mensaje. Siempre me ha dado miedo compartir lo que escribo, tanto como me ha dado miedo escribir en cierto sentido. Por eso decidí que si quiero dejar un mensaje, voy a enseñar algo que aprendí. Este poema me lo enseñó Fabio Restrepo, y lo pienso cada día.

Pasa una mariposa por delante de mí
y, por primera vez en el universo, me doy cuenta
de que las mariposas no tienen color ni movimiento,
así como las flores no tienen ni perfume ni color.
El color es quien tiene color en las alas de la mariposa,
en el movimiento de la mariposa, el movimiento es quien se mueve.
El perfume es quien tiene perfume en el perfume de la flor.
La mariposa es sólo mariposa,
y la flor sólo flor.

— Fernando Pessoa


Durante dos días dejamos de ser museo

Julián Samsa

Hoy murió el cielo. Amaneció cautivo, ensimismado y ajeno a su realidad. Nublado, con chubascos y apenas se asomaba el sol por una rendija. Muere cada año. 40 veces ha muerto. Intentó recoger un poco de luz y la retoma se lo impidió. Un día más en que somos atacados por unos pájaros de Hitchcock, palomas para el caso colombiano. Un día más en que no entendemos el proceso de K., ni nuestro Proceso de Paz. Un día más en que varios Odiseos colombianos sufrieron el doble de tiempo que Ulises. La historia se cuenta en una frase y necesitamos décadas para entenderla. Hasta el mismísimo dictador estuvo ausente de lo que sucedió. La paloma se posó sobre él para no dejarlo solo con su delirio de “Ejércitos del Pueblo”.

¿Qué puede el sonido que no pueda la imagen, la palabra, el cuerpo? ¿Qué pueden hacer todos juntos? Poner el cuerpo en disposición para escuchar lo ajeno es una forma de gritarse en sus adentros. La difícil acción de sentir por otro va más allá de leer qué sucedió, pues el recuerdo se puede transmitir por una posición corporal que invita a estar presente. Si usted no tiene memoria de qué es, está habitando en un cuerpo ajeno indescifrable. Pero si conoce su cuerpo y reconoce al cuerpo ajeno, es capaz de sentarse, de escucharse y de interrogarse sobre el absurdísimo Estado colombiano. ¡Venga y siéntese! Escuche su propio infierno y el infierno ajeno.

Estaba anunciada y no quisieron escuchar. Pero usted tiene la oportunidad de hacerlo, de seguir escuchando a todas las víctimas. Tiene la autoridad de pensar en ellas, de acobijar sus reminiscencias, de recostar su cabeza y sentir cómo la historia lo golpea sin siquiera inmutarse. Es como aquel que espera en la niebla helada a que algo suceda. Y espera que el mundo sea mejor bajo un estado “democrático”. Y espera que la fe lo acompañe porque Dios es grande. Y de tanto esperar se convenció de que esperar era postrarse por la infinidad en la ausencia del privilegio de habitar en un “Estado de derecho”. Ese mismo Estado que le prometió, mientras usted esperaba, que todo iba a ser mejor; que todo iba a estar bien…

¿Y si jugamos a abrir nuestro corazón para saber qué hay más allá de la historia? ¿Y si nos interesamos más allá de nosotros mismos para mirar hacia atrás? ¿Y si con un simple gesto de abrir y cerrar reconocemos que alguien existió? Fue como estar formado en fila en el colegio esperando a que fuera tu turno. Abrir, leer y cerrar. ¿Siguiente? ¿Cuántos fueron? ¿Cuántos serán? Rememorar es darse el tiempo de entregarse a la obra, de respirarla y, afortunadamente, había un espacio para ello. Es una obligación darse un espacio con la información. Como el consejo de descansar el escrito. Aquí, en la instalación y después de hacer todo el recorrido, era necesario que el alma descansara por toda la eternidad.

En la entrada te dan un clavel morado. Lo aprietas en tu mano, lo usas como decoración para el pelo o incluso sobre la oreja. Mas vale sostener algo y tener algo para dar que no ofrecer nada. Es un vínculo con la memoria que nos acompaña. La memoria como gesto donde la agarras, la recuerdas y, después, la dejas ir. No olvide en dónde habita. No sea ajeno a su realidad. No busque desesperadamente un “delirio de extranjero”. No sea Borges. Usted nació aquí. Lo invito a enterarse de lo que sucede a su alrededor. Sí, le estoy hablando a usted. Suelte ese aparato de la mano que fue creado para dominarlo. Para enajenarlo de la realidad, como si fuera una pizca de soma.

El perdón es continuar. El perdón es reconocer lo que sucedió y avanzar sin olvidar. El perdón es saber qué día es hoy y cuántas décadas han pasado. Es entender que en Bogotá continúa lloviendo, que la Construcción de Paz depende de todos, que no hay tiempo para discutir ideologías. Supongo que el mismo sentimiento nos debería unir. Hoy, jueves 6 de noviembre de 2025, hay espacio para los que recuerdan, para los que construyen y, también, para los que crean.

Todo comenzó con Elvira Pinzón Méndez al recordarnos que “durante dos días dejamos de ser museo”. Y todo terminó con dos hombres sobre una grúa alejándose de la Catedral Primada de Colombia mientras los colombianos se reunían alrededor del dictador. Pero no se haga ilusiones que no era para verlo a él.

El tanque inverosímil cruzó la carrera séptima y, en un parpadeo,
los bogotanos estaban rodeados de una noche envuelta en llamas.

Julián Samsa, lux non occidat.

Gracias a 070, a La Liga Contra el Silencio y a Revista Gaceta
Asistan a la exposición en el Museo de la Independencia – Casa del Florero
Escuchen el podcast – El infierno de los justos: del Palacio a las aulas