





El beso
Azuul Torrentti
El beso, el acto de presionar los labios contra la superficie de alguien o algo como una muestra de afecto, de felicidad o de amor. Una forma de comunicación no verbal para demostrar emociones, pensamientos, conexiones cariñosas. Besar ha estado presente en la sociedad desde que se tiene documentación. De hecho, el primer registro de los besos en los labios se encuentra en textos mitológicos del año 2500 a.C. sobre actos románticos y sexuales de los dioses de la antigua Mesopotamia, actualmente Siria e Irak. Pero, ¿Por qué se besa?, ¿Cuál es su propósito?, ¿Cómo surgió este comportamiento y cuál es su sentido evolutivo? En la sociedad moderna, el beso ha sido un objeto de curiosidad para historiadores, médicos o personas como yo, que simplemente somos curiosas y nos gusta besar. Pero es tanto así que existe la Filematología, el estudio científico que se encarga de averiguar y analizar los aspectos psicológicos, físicos, culturales, fisiológicos, evolutivos y culturales de besarse, y tiene su propia efeméride: el 13 de abril se celebra anualmente el Día Internacional del Beso.
Los psicobiólogos/filematólogos son los que han llegado a varias hipótesis diferentes acerca de este comportamiento humano, y después de muchos estudios, aún no se han puesto de acuerdo con cuál es la más verídica, aunque, en mi opinión, todas tienen algo de razón. Besarse transmite de una persona a otra alrededor de 80 millones de bacterias, al igual que otros patógenos como virus, hongos o parásitos. Pero, siendo esta una actividad que se puede considerar riesgosa, aún así se realiza en más del 90% de las culturas por todo el mundo, y se ve en el reino animal: el roce de picos de pájaros, el encuentro físico de las antenas de los insectos o el acicalamiento entre gatos. Asimismo, existe el bonobo, un simio que se besa de la misma manera que los humanos; por placer, para demostrar afecto, para solucionar sus conflictos y para forjar alianzas entre ellos. Este primate comparte el 98,7% del adn con los seres humanos, lo que puede explicar que tengamos muchas conductas tan parecidas. Sin embargo, solo en el 46% de las comunidades que se besan, lo hacen como un acto romántico o sexual, según un estudio publicado en el 2015. El otro 54% no lo ven con esos ojos, sino como una madre con su hijo, de manera afectiva o de cuidado. Evidentemente, sea por la razón que sea y a pesar de la especiación, seguimos compartiendo comportamientos con otras especies, los cuales también heredaron de un ancestro común.
La hipótesis más común del origen de los besos, según varios investigadores, viene de hace miles de años cuando las madres le pasaban comida a sus crías utilizando sus bocas, parecido a los pájaros, quienes les transfieren la comida regurgitada a sus hijos. Ya que en esa época no existían las botellas, cucharas o frascos, esta era la forma de cuidado parental más eficiente para alimentar a sus descendientes. Esta acción pudo haber evolucionado a las madres presionando sus bocas contra sus hijos para consolarlos, enseñándoles que esta es una muestra de afecto, seguridad y conexión, lo que se volvió un comportamiento cultural que perdura hasta la fecha. Esta idea se desvaneció porque aunque explica la razón de empujar los labios hacia adelante, en esta acción no existe la succión, que si pasa en los besos, sino algo completamente opuesto. Además, besar no tiene ningún propósito alimenticio y no solo pasa con niños, sino que es algo multigeneracional.
Según un estudio de la Universidad de Albany llamado La psicobiología del beso romántico, realizado por Marissa Harrison, Gordon Gallup y Susan Hughes y publicado en la revista Scientific American Mind, otra de las hipótesis más conocidas en el ámbito de la psicobiología dice que besar permite a los humanos olerse entre sí. Oler las feromonas de la pareja, químicos ocultos en el sudor y en los fluidos corporales que influencian los comportamientos relacionados con el apareamiento en las especies, ayuda a elegir una pareja compatible. Se ha demostrado que la mayoría de las mujeres prefieren a un compañero con inmunidades genéticas diferentes a las suyas, lo que resulta en una cría más fuerte y más apta para sobrevivir. Como dice la selección natural, un factor importante en la reproducción, el apareamiento entre estos organismos reduce la variabilidad genética poblacional, y el beso informa qué tan genéticamente relacionados están los dos componentes de la pareja, para evitar reproducirse entre familiares. De igual manera, factores como el mal aliento indican enfermedades, así que acercarse tanto a una potencial pareja facilita identificar el estado de salud, calificando la condición de sus genes y evaluando su viabilidad reproductiva. La objeción a esta hipótesis y la razón de su caída es que para olerse es más efectivo otro tipo de contacto físico, como el abrazo y, por ende, esta razón no debe ser la principal justificación del origen del beso.
Otra hipótesis diferente habla de que se besa con el propósito de sentir los neurotransmisores que estos liberan, como la oxitocina, la dopamina y la endorfina, que son esenciales para experimentar placer y bienestar. La oxitocina, por su parte, tiene una función neuromoduladora que mejora las conductas afectivas y sociales. La endorfina es la misma que se segrega a la hora de hacer deporte, provocando sensaciones de bienestar y relajación y la dopamina se encarga de transmitir al cerebro efectos placenteros. Según un estudio realizado para el Avance de la Ciencia (AAAS) publicado en la Reunión Anual de la Asociación Americana, besar con bastante frecuencia, además de afianzar el vínculo con la pareja, reduce los niveles de estrés y, como consecuencia, disminuye los niveles de colesterol en la sangre.
Sin embargo, recientemente el psicólogo evolutivo de la Universidad de Warwick en el Reino Unido, Adriano R. Lameira, dirigió un laboratorio encargado de investigar los orígenes evolutivos de las prácticas humanas y asegura que el beso evolucionó del acicalamiento en el que los simios inspeccionan el pelaje entre sí para limpiarse y deshacerse de la suciedad haciendo uso de los labios. Según Lameira en su artículo The evolutionary origin of human kissing publicado en Evolutionary Anthropology:
“Se predice que el beso mutuo, boca a boca, surgió y se originó en contextos sociales cuando los simios ancestrales se acicalaban mutuamente de manera simultánea, aunque este tipo de acicalamiento es raro entre los grandes simios actuales en comparación con el acicalamiento unidireccional. Sin embargo, el establecimiento del beso en la boca como una convención social entre parejas íntimas presupone que el contacto boca con piel ya se había formalizado por sí mismo. Dado que los labios y la boca representan una de las partes del cuerpo humano con mayor sensibilidad al tacto, es probable que el beso boca a boca también haya sido impulsado y mantenido en parte por sus efectos hedónicos adicionales.”
– (Lameira, 2024, p. 3)
Hoy en día, besar dejó de ser un gesto fraterno e higiénico y se convirtió en una de las demostraciones más conocidas e importantes entre personas. Con los besos no es imprescindible escoger una sola explicación, pues este puede venir de una combinación de nuestra naturaleza y el desarrollo cultural. Así ya no besemos por “las mismas razones” que antes, este ritual seguirá existiendo hasta que nos toque buscar un sustituto. “Solo lograremos no besarnos a base de miedo o de responsabilidad”, piensa el psiquiatra y psicoanalista Diego Figuera en un reportaje de la revista EL PAÍS Semanal, “En la incertidumbre de la covid-19, Figuera aventuró que el beso podría adquirir un significado nuevo. “Quienes en este tiempo se atrevan a besar, lo vivirán como algo de mucho amor al otro. Te beso y asumo que me puedes contagiar”, dijo. Y el beso sobrevivió.” – (Macchi, F., 2024, Sección de La carga cultural, párr. 3)
Una exposición de arte
Jade Galindo
Llegamos con Alejo a la dirección. Era una casa. Gris con negro, sin ventanas. Daba tristeza con solo verla. Afuera había gente, de negro. Elegante alterno. Fumaban. Parecía como si hubiese llegado a una funeraria, solo que, en vez de oírse lamentos casi que mudos, la gente hablaba y reía, eufórica. Hablaban, casi que gritando al hacerlo. ¡Dios! como hablaban. Me aturdía, todo. ¿Y ahora tengo que entrar? me pregunté. Estaba cuestionando todas las decisiones que había tomado para llegar a ese momento. ¿Por qué acepté venir acá?. No había ni entrado a la exposición y ya la odiaba. Odiaba todo. A todos. Sentí el impulso de irme, el instinto de huir. No lo hice. – Ojalá estuviera en una funeraria. –
“¿Por qué es que venimos acá?” le pregunté a Alejo, insegura e intranquila por lo que iba a ser. No quería estar allá.
“Pues acá se viene a hacer networking, sobre todo…” me contestó con total naturalidad, sin emoción ni duda. Solo así, de golpe. “… a veces hay cosas interesantes, como, obras muy interesantes, pero sobre todo las inauguraciones son para conocer y que te conozca gente.”
“Networking” dije refunfuñando, tras un suspiro afligido.
Entramos.
Adentro estaba colmado de personas. Yo no me sentía encajar. Todos eran parte de algo que yo no entendía. Solo con verles lo sabía. Tan solo sus apariencias me estremecían. Las mujeres parecían europeas, rubias, altas. Blancas. Arias. Todas. La mayoría con gabardina. Los manes iban todos igual. Mismo abrigo. Mismo pantalón. Mismo peinado – en sus variaciones de liso y rizado.– Misma barba, muy arreglada. Todos menos uno, recuerdo, él era demasiado, pero demasiado, calvo, era ancho y llevaba unas gafas con lentes amarillos. Era insoportable el señor, al menos en los cuatro o cinco minutos que tuve la desgracia de compartir espacio con él. Los viejos – qué hay que diferenciar de los manes – llevaban sacos de algún color tierra, barbas relativamente abundantes y algo descuidada y, si no mostraban con orgullo su calva, con algo de pelo en la parte posterior de sus cabezas, llevaban una boina inglesa para esconderla. Yo, en cambio, iba en jorts con una camiseta estampada, que había usado ya el día anterior, y una camisa flannel como chaqueta. Mi pelo estaba sucio, no tuve tiempo de lavarlo esa mañana y llevaba encima un olor a sudor aterrador. Me sentí terrible, horrible, intensamente fuera del lugar. Aquel lugar, aquel ambiente, aquella gente, no parecía real, era otro país, otro mundo. Mundo al que no pertenezco.
Le escuché a alguien llamarlo que dizque Arte Bogotá. Me dio risa. No me lo podía tomar en serio, por más en serio que sé que lo decía. Era muy en serio. Arte Bogotá. No deja de darme risa. Claro que yo estudio arte, pensaba, debería encajar, seguía. Trataba de forzarlo. Yo pertenezco, yo pertenezco, yo pertenezco, yo pertenezco, yo pertenezco… Pero no. No lo hacía. Me sentía rara, incómoda. Como una persona entre marcianos, donde los marcianos son una muchedumbre de pretenciosos, arrogantes insufribles, con síndrome de personaje principal qué, de vez en cuando, aleatoriamente, deciden hablar en francés – supongo que no hago parte de Arte Bogotá – pensé – ojalá nunca haga parte de Arte Bogotá.–
La exposición en sí no fue para nada especial. Tampoco es que esperara mucho, en verdad. Era arte, efectivamente. Algunas obras más que otras diría yo. Mientras caminaba con Alejo alcanzaba a escuchar por encima las conversaciones de los marcianos, que si posthumano esto o que dizque perspectivas transhumanistas esto otro, decían, como si hablaran del almuerzo que comieron al mediodía. Era muy, pero muy, innecesario. Cada tanto oía como alguien decía de palabra en palabra cada una más complicada que la otra, tratando siempre de superar las de su interlocutor. Conceptos, que no aportaban – ni aportarán – nada a sus vidas. Solo buscando saciar su superioridad intelectual ante los demás. Estaban ensimismados en su propio mundo de teorías, utopías, mundos paralelos, irreales – como se notaba que no tienen problemas reales. – No tienen que pensar en la vida real. Ya lo tienen todo para no hacerlo. Tienen el privilegio para vivir en fantasías. En posthumanismos o transhumanismos o en cualquier ismo que les sea conveniente para cada nueva inauguración de una exposición, sin alma, que les ayude a seguir demostrando su dominio intelectual. Todo eran palabras grandes para ellos. Nada era más importante que eso. Un mundo irreal de palabras grandes.
Luego de unos veinte minutos – que solo fueron veinte minutos en la exposición – salimos a la entrada de la casa, con los fumadores. Allí Alejo saludó a un par de marcianos y me presentó a otro par. Yo solo saludé, con la sonrisa más auténtica que pude sacar de mi cuerpo.
“Ella es Juliana, una amiga de la universidad” decía. Los señores saludaban.
“Hola” respondía yo entre dientes, agitando mi mano, a la altura de mi cintura. Sin mucha emoción. Tratando de mantener la pantomima de interés y vivacidad en mi rostro. Esa era toda la conversación.
Alejo me dejó un momento, mientras me fumaba un cigarro. Se cruzó con una chica, joven, que conocía de algo. Ella iba con una amiga. Se presentaron y empezaron a hablar. Mientras tanto, yo escuché.
Empezaron a hablar en francés, de repente. Era surrealista. Solo podía mirarles, atónita. Mentiría si dijera que no me causó algo de gracia ver a Alejo en esa situación. Era delirante. —¡¿Qué está ocurriendo?!— pensé. No era suficiente con tener que escuchar a mansitos wannabe-europeos hablar en francés o inglés —en mitad de Bogotá, he de añadir.— Pero que lo hiciera él ¡¿Por qué haría eso?! No entendía, genuinamente. Quería reírme, era lo que faltaba. De todo el mundo, él. ¡¿Él?! Quedé con una cara de idiota que no me quitaba nadie. Ceño ligeramente fruncido. Boca algo abierta, indecisa de si inclinarse a la risa o a la estupefacción. Entonces volvió, finalmente.
“¿Qué pasó?” me dijo Alejo apenas llegó. Reaccioné,
“ehh, nada nada” dije sacudiendo mi cabeza ligeramente de lado a lado. Limpié mi expresión facial y corporal lo más que pude. Venía con ellas, sin embargo, para mi desgracia. Traté de verme normal, presentable, por decirlo de alguna forma. No quería parecer desvergonzada, grosera o simplemente cretina, ni quería ser desconsiderada con Alejo. Me presentó y, como con las demás, dije “hola” entre dientes, agité la mano a la altura de mi cintura y mantuve un rostro falso de gusto por conocerlas.
“¿y tú también estudias arte?” me preguntó la amiga de Alejo. María se llama.
“Sí sí” contesté, tratando de mantener una actitud afable, o al menos la apariencia de ello.
“Entonces ¿qué piensas de la exposición?” Antes de yo poder abrir la boca, de siquiera emitir un sonido perceptible que advirtiera una respuesta, continuó, “a mi me pareció que habían cosas interesantes, pero falta cohesió…”
“Sí, no hay hilo conductor…” interrumpió Alejo “… no hay relación entre sí en las obras”
“¡¿Cierto?!” María sacó su celular, abrió la galería y siguió hablando “o sea, esta obra qué tiene que ver con el tema de la exposición”
“¡NADA!” gritó Alejo
“¡¿Sí o no?! no tiene NADA que ver, y las fotos de al lado, muy buenas, pero nada que ver con las pinturas de Francisco”
“¡Sí! y ese vidrio soplado del segundo piso, no, no tenía nada de sentido”
“O sea, habían cosas muy interesantes, pero la curaduría, muy mal ejecutada”
Así siguieron por un tiempo. Yo solo les observaba. La conversación me mareaba —ojalá tuviera más vino— pensaba achantada. Entonces María volvió la atención a mí,
“pero tú no me has contestado, ¿qué te pareció la exposición?”
A mí no me podía importar menos si el hilo conductor o la coherencia curatorial o quién sabe qué más vainas. Que si esta obra ésto o aquella lo otro. Yo no sentí más que fastidio en ese lugar. Ninguna obra me transmitía. Sentí o, más bien, me di cuenta que yo era la alienígena allá. Nada me hacía sentir nada. No me podía importar menos lo que me quería contar el espacio. Los objetos. Las imágenes.
María esperaba. Atenta. Su amiga y Alejo también me miraban. Sentí la presión aplastante de mil elefantes sobre mí. No sé qué esperaban. De pronto la verdad última, absoluta.
“La verdad, siento que yo no debí estudiar arte”
¿Quiénes son Planos y licencias?
Nemo
Todo empezó el día que fuimos a pegar unos dibujos grandes al muro metálico que rodea el edificio abandonado del ICFES, por Las Aguas. Cuando llegamos, otros ya habían pegado sus dibujos. Y en menos de 24 horas, ya había pasado el que pega los carteles de Planos y licencias a taparlos. Normal, es la ley de la calle. Pero ese man debía estar de mal humor, porque pegó pocos carteles pero los pegó de forma que preciso quedaran encima de los dibujos. No los tapaban por completo, cubrían por ahí apenas el 30% de cada dibujo. Pero para mí, fue a propósito. Entonces, naturalmente, tapamos los carteles de Planos y licencias con nuestros nuevos dibujos. A modo de venganza amistosa. No sé si regresaron a taparnos, porque cuando volvimos el muro estaba lleno, casi de extremo a extremo, de otros carteles: promocionaban un álbum de Cigarettes after Sex.
Y entonces, comencé a verlos por todas partes: planos y licencias, planos y licencias, planos y licencias. Por toda la Caracas, en muchos muros del centro, sobre todo por la zona de Las Aguas, subiendo por la Jiménez, e incluso, más recientemente, en las columnas del puente de la autopista que va por encima como de la 92. Nunca los había visto tan al norte, pero algo llamó mi atención: el diseño de los carteles era diferente, era mucho más sencillo, era horizontal, y con letra azul. A diferencia de los que tanto vi inicialmente, que tenían información repetida, eran verticales, y la letra roja. Luego, caminando por el centro, encontré otra anomalía: carteles que no decían planos y licencias, sino licencias y planos. Por un momento cuestioné si realmente eran los mismos. Comparé el número de contacto, coincidía. Debían ser ellos. Pero, ¿por qué habrán cambiado el orden de las palabras? Entiendo que existan cambios en el diseño de los carteles, pero, ¿cambiar el nombre de la empresa? Me quedé pensando.
Eventualmente, para un taller nos pusieron a diseñar un afiche para pegarlo en la calle. De hecho, la idea era pegarlos en ese mismo muro que rodea el ICFES. Inmediatamente supe qué hacer: seguir el juego de la rivalidad con Planos y licencias. Diseñé un afiche con toda la información que tienen sus afiches oficiales, pero diseñado, claramente, a modo de burla. Lo único que necesitaba era que justo ese día hubiera, en ese mismo muro, al menos 1 cartel de Planos y licencias, para taparlo. Y así fue. Había varios, de hecho, y cumplí mi misión. Pero después de pegarlo me di cuenta de algo: el cartel era igual a los primeros que vi, pero decían: licencias y planos. Como los que había visto recientemente. Confirmé, entonces, que sí eran los mismos. Cambiaron el nombre.
Llegué a pensar que había una cuestión ilegal con Planos y licencias. ¿Podría ser de alguna forma un lavadero de plata? Sería extraño, si le hacen esa publicidad. ¿Será quizás una empresa estafadora? Eso puede ser. ¿Será una empresa falsa? Eso no lo había pensado todavía, quizás no hacen ni planos ni licencias, quizás no existen. Seguí pensando. Y de repente, un día llegando a la estación de la calle 57, mirando por la ventana del bus noté algo que en todos estos años de pasar por ahí nunca había notado: en la fachada de un local decía “PLANOS LICENCIAS OFICINA 204”. Debajo, un número que no pude ver bien – esa fachada está excesivamente grafiteada – pero que no parece ser el mismo de los afiches. Al lado de todo esto, hay otro título/anuncio o como se le quiera llamar, cuyo diseño coincide con el anterior: “Trámite ante CURADURÍA URBANA”.
“Es real”, pensé. Claro que era real. Pero no he salido de mis dudas: ¿qué hacen? ¿qué es eso? ¿de dónde salieron? ¿tienen algo que ver con lo de Curaduría Urbana? No se me había ocurrido buscarlos en Google, o meterme a la página web que ponen en sus carteles, nada. Y la verdad, no quiero hacerlo. Hay algo divertido en no saber muy bien quiénes son, qué hacen, por qué tienen tanta publicidad, y por qué ésta es tan inconsistente. Prefiero simplemente jugar a que tengo una rivalidad con el que pega los carteles (porque además, en esta ficción, es siempre el mismo man).
Ver morado
Sergio Rodríguez Gómez
Es destino que exista el color
porque hasta los pulpos crecieron ojos
para ver la nada abisal
que es la mezcla de las crayolas
o el bombillo apagado
o el miedo al siguiente paso.
Y es destino que yo, que quisiera,
ya no pueda ver morado.
Lo recuerdo en las palomas
que pisan la lluvia
que se llena
de árboles ligeros
a las seis de la mañana.
A esa hora,
las sombras de mi cara
con la lámpara agotada
tenían visos de morado.
Y tiritando de frío
el aliento me mostraba
que un día es varios días
que se van,
y mi favorito, el morado.
Las manchas en la ropa
del pigmento que me gusta, escaparon
al punto ciego, es destino
que se escaparan.
Sé que ahí anda.
Aunque ya no entiendo el vino,
cuando me como el limón amarillo
siento que lo veo
de reojo.
— Sergio Rodríguez Gómez