Memoria #516

La pared donde está el mural de Margarita Gómez y Mateo Matamala estaba planeada para ser demolida este año con el inicio de la construcción de fase 2 del Centro Cívico de la Universidad de los Andes. Por ahora, el espacio donde está esa obra ha estado cerrado, invisible a nivel de suelo, visible desde una terraza, oculto en el limbo previo a su posible destrucción. El mural tiene una frase: “Que de la memoria renazca la paz!”. Un mensaje que hace eco a la guerra que asesinó a estos dos estudiantes del pregrado de la Universidad de los Andes cuando en enero de 2011 estaban de vacaciones en San Bernardo del Viento y donde contemplaban hacer investigación de campo a futuro (ella estudiaba biología y él ingeniería ambiental). Tal vez ahora que arrecia la guerra en este país no haya espacio para la memoria y la planeación del espacio contemplado, diseñado bajo la estética de paredes limpias del campus boutique, no contempla conservar, al menos, un pedazo de esta pieza física del patrimonio efímero de la universidad. El mural fue hecho en 2016 por iniciativa del colectivo estudiantil Fuerza para la tierra y contó con el apoyo de los departamentos de Biología y Arte para su gestión institucional.
Margarita Gómez en sus palabras

I.

Margarita Gómez y Mateo Matamala son la pareja de jóvenes asesinados en un camino solitario a un kilómetro de las playas de San Bernardo del Viento, en el departamento de Córdoba, en la costa atlántica de Colombia. Ambos estudiaban biología en una universidad privada de la capital del país, hace pocos días habían llegado juntos al lugar de vacaciones.

El semestre pasado Margarita Gómez presentó su tesis y además tomó un curso de arte en el que los estudiantes publican lo que escriben sobre las películas y textos de la clase. Sobre la película Esplendor en la hierba de Elia Kazan y el texto El rastro de tu sangre en la nieve de Gabriel García Márquez, Margarita Gómez escribió:

“¿Qué es lo que es tan perfecto que nos hace ser tan imperfectos? Increíble pero cierto, hemos gastado miles de generaciones e intentos fallidos creando la idea graciosa de familia perfecta, pareja perfecta, trabajo perfecto, vida perfecta. Es tanto el esfuerzo y empeño invertidos en la idea que cuando creemos haberlo logrado es prácticamente nada lo que se ha construido y, como toda situación mala tiende a empeorar, es probable que el personaje que tanto ha invertido en su perfección se quede sin familia, su pareja solo sea una película de ciencia ficción, termine sin empleo y con una vida sin ser vivida. Pero ante esto siempre existirá un consuelo, sin importar cuán cansados estemos de tanta bregadera, que permite de algún modo seguir. En la película ese consuelo se resumía en la siguiente frase: “Aunque mis ojos ya no puedan ver ese puro destello, que me deslumbraba. Aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor en la hierba de la gloria en las flores, no hay que afligirse. Porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo.” Ojala no tengamos que llenar nuestro ser de romanticismos consoladores como este. Es cierto, por lo visto solo se trata de una simple película, de una familia, de unos amantes, de toda una historia que logró de alguna manera mostrar lo que puede hacer esa pequeña palabra de uso común, «perfección», y de todo lo que eso conlleva: ignorar a la hija artista, obligar al hijo a estudiar y a ser como el padre, el tabú del sexo. Un conjunto de reglas sociales que nos tiene así: extremadamente violentos, infelices, estresados, caminando por la vida ignorando toda la belleza que el mundo dispuso para estar realmente bien. No crean que la situación de los personajes es solo un momento en una historia de los años treinta: es la realidad del que se sienta al lado tuyo.”

Más adelante en el curso, sobre la película La desazón suprema: retrato incesante de Fernando Vallejo dirigida por Luis Ospina y el libro Barba Jacob, El Mensajero escrito por Fernando Vallejo, ella escribió:
“Hay masacres que inspiran frases en novelas y recuerdos como si todo fuera parte de un ciclo de cien años de eterna soledad. Este ensueño no concibe acaso que la consecuencia natural de aquellas concentraciones obreras, como la de 1918 o la de olvidada “patria” del 48, fue la organización y el descubrimiento del poder de la huelga, del poder del pueblo, de la voz enfurecida. Menos mal Vallejo y Barba Jacob en sus textos nos lo recuerdan (qué bueno que no solo escriban sobre su “maldita primavera”). Por ejemplo, Vallejo, en su discurso a los “muchachitos” de Colombia, dice: “¿Para qué entonces tanto rodeo? La patria que les cupo en suerte, que nos cupo en suerte, es un país en banca rota, en desbandada, unas pobres ruinas de lo poco que antes fue, miles de secuestrados, miles y miles de asesinados, millones de desempleados, millones de exiliados, millones de desplazados, el campo en ruinas, la industria en ruinas, la justicia en ruinas, el porvenir cerrado, eso es lo que les tocó a ustedes, los compadezco, les fue peor que a mí. Y como yo que un día me tuve que ir, y justo por eso hoy les estoy hablando, vivo, lo que parece, probablemente también se tengan que ir ustedes, pero ya no los van a recibir en ninguna parte, porque en ninguna parte nos necesitan, ni nos quieren”. Y luego Vallejo en su texto sobre Barba Jacob concluye sobre la lucha del poeta: “Pero pronto comprendió que luchaba contra la inestabilidad del viento y se olvido del asunto”. Y entonces, ¿yo para quién hablo?, no sé, pero esto dice Jorge Eliecer Gaitán en un discurso sobre las palabras: “Bienaventurados los que no ocultan la crueldad de su corazón, los que entienden que las palabras de concordia y de paz no deben servir para ocultar los sentimientos de rencor y exterminio. Malaventurados los que en el gobierno ocultan tras la bondad de las palabras la impiedad contra los hombres de su pueblo, porque ellos serán señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la historia””

Sobre la película El sol del membrillo de Victor Erice y el texto En alabanza del Aburrimiento de Joseph Brodsky, Margarita Gómez escribió:

“Aburrido pasar por la vida sin sentir, sin percibir, sin admirar lo que nos rodea. El membrillo, el árbol interpretado en la película y captado por el artista que intenta pintarlo, me acordó de lo que como botánica siento cada vez que veo un árbol en flor, en fruto, en otoño, en invierno o en un eterno verano equinoccial. ¡Me gustaría pintarlo! no solo al membrillo, también a la palma de cera, al nogal, al cedro, al roble, al naranjo, al palo de mango, a los mangles del Pacífico y a todos los que hay en este trópico imponente. Esta sublime película debió despertar también en otros esa conexión tan fácil de olvidar entre naturaleza y humanidad. “

II.

Leer estos textos a la luz de la muerte de su autora los carga de un extraño vigor y les da cierto carácter de vaticinio. Su reflexión sobre las imperfecciones de la perfección y sobre los falsos consuelos pertenece a un espíritu libre, inquieto, que se resiste a los mandatos facilistas del establecimiento y a las fantasías del autoengaño. Su texto sobre los retratos incesantes de Vallejo y Barba Jacob muestra una conciencia aguda sobre el vórtice social de este país, el derrotero histórico que marca una larga y constante sucesión de injusticias y descuidos, en contrapunto con un flujo inagotable de retórica política (que incluye —paradójicamente— la atención discriminada que el gobierno y el país mediático han prestado a estas dos muertes en contraste con la desidia ante el asesinato de cientos de habitantes en esa misma zona).
Y su texto sobre el aburrimiento y el membrillo, su mirada de “botánica”, su anhelo de “pintar” otros árboles, es de nuevo un escrito cargado de potencias: en la universidad donde estudiaban Margarita Gómez y Mateo Matamala, el día posterior a su entierro, se sembraron en un jardín interior dos árboles de Guayacán de Manizalez (Lafoensia pecari) y unas margaritas (Bellis perennis). Un gesto sencillo que permitirá un ejercicio “sublime”: suspender por un instante la mirada entre la muerte de los dos jóvenes biólogos y la vida que ahí crece y se contempla.

La medida del bienestar de un país está en relación directa con la libertad que se tenga para caminar en paz por sus caminos, los textos de Margarita Gómez muestran una gran libertad para andar por el espacio de las ideas; una libertad de igual calibre es la que ella y su compañero quisieron poner en práctica al adentrarse por senderos en apariencia solitarios: «estamos en uno de los lugares más lindos del mundo, donde todavía la mano del hombre no ha llegado”, le dijeron a sus familiares en una de sus últimas conversaciones.