González #557

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AMAGUES

enviado por Andrés García

Boceto de la idea:

Me decido involucrado en el proceso de no procesar, intencional, a pegar el esqueleto con pedazos de goma, del chicle pegado en la parte inferior de las butacas en el Esmeralda, escarapelándolos con una espátula oxidada, guardándolos en bolsas plásticas de líneas rojas y blancas, y finalmente poner todo lo obtenido en una licuadora con leche de almendras y procesar y procesar las plastas hasta devolver su contextura viscosa; ahí se debe dejar secar la pasta, en tablones de cuatro centímetros, y empacarlos en papeles recogidos en la calle de Trident de canela.


La obra se llamará “amague de otras bocas bonitas”

Después de terminar el boceto, lo remitió en la carpeta difusora de su asesor, su mecenas, su segundo mecenas, su tío con un apartamento en Londres y ese profesor árabe de mirada bizca y fea, como los rinocerontes, que una vez lloró en una exposición suya sobre las víctimas del Salado. El profesor árabe pensó que la obra se trataba sobre la fealdad inevitable de los niños pobres.

También compartió la idea del proyecto con su grupo de amigos, que primero fue de artistas prometedores, después de ceramistas entusados, luego fue tablero para el negocio multinivel de vender desnudos de estudiantes de arte, en rollos vencidos, a pervertidos en países del este de Europa. y finalmente, por cansancio más que por admitir el final del ímpetu, de la vida, de la motivación por hacer algo, un grupo de amigos que se reunían los jueves en la noche a jugar microfútbol. La foto de perfil era Homero Simpson con la camiseta del América recogida a la altura del ombligo.

Los amigos dijeron que les gustaba la idea, que la podía vender bien. El calvo pateador, el hijueputa desconsiderado que sólo habla mal de los proyectos que no hace él, le dijo que eso ya lo hizo no sé quién en los setentas y el video está en bodegas de galerías privadas en Fráncfort. Como es obvio, nadie ha visto ese video, sólo él, en el formato original, aprovechando su visita a Alemania de hace cinco años cuando quiso salvar su relación con una flaca que apenas estaba empezando a vivir su adolescencia durante la maestría en Berlín; mejor dicho, le puso el cacho más cacho, el pendejo, la tabla del uno de las infidelidades.

En últimas importa un carajo lo que diga el amargado, dijo el genio que ideó “amague de otras bocas bonitas”. Y como ya hizo suficiente y el premio es necesario para aguantar remando con sus manos encorvadas, como cuencos, por un río de persistencia difícil, como supongo que es el agua sin oxígeno cuando la creatividad aplaca en ritmos incongruentes. Se monta en una torre o en un carrusel, se deleita con el conteo de los buses, con la belleza sórdida y vulgar que aún mantiene la nostalgia, el renacuajo, de su pubertad, y le dijo a su mamá que se iba a salir del eminente colegio San… San cosito, san no importa porque igual todos o se vuelven ineptos, llorones y manosearon peladitas borrachas en Cancún, y que se iba a salir del San Insignificante para volverse payaso de la séptima y anunciar corrientazos, bailarín mocho de salsa a la salida de las oficinas, vendedor de bon ice con aguardiente a través de la reja en un colegio distrital. Su mamá le dijo que lo apoyaba. Su papá le pegó una cachetada mientras su mamá bajaba seroquel con aguardiente Tapa Roja. Su mamá revisaba una revista. Isabella Santodomingo se viste horrible. La princesa Diana está saliendo con Doddy Alfayette.

Después de terminar el boceto, lo remitió en la carpeta difusora de su asesor, su mecenas, su segundo mecenas, su tío con un apartamento en Londres y ese profesor árabe de mirada bizca y fea, como los rinocerontes, que una vez lloró en una exposición suya sobre las víctimas del Salado. El profesor árabe pensó que la obra se trataba sobre la fealdad inevitable de los niños pobres.

También compartió la idea del proyecto con su grupo de amigos, que primero fue de artistas prometedores, después de ceramistas entusados, luego fue tablero para el negocio multinivel de vender desnudos de estudiantes de arte, en rollos vencidos, a pervertidos en países del este de Europa. y finalmente, por cansancio más que por admitir el final del ímpetu, de la vida, de la motivación por hacer algo, un grupo de amigos que se reunían los jueves en la noche a jugar microfútbol. La foto de perfil era Homero Simpson con la camiseta del América recogida a la altura del ombligo.

Los amigos dijeron que les gustaba la idea, que la podía vender bien. El calvo pateador, el hijueputa desconsiderado que sólo habla mal de los proyectos que no hace él, le dijo que eso ya lo hizo no sé quién en los setentas y el video está en bodegas de galerías privadas en Fráncfort. Como es obvio, nadie ha visto ese video, sólo él, en el formato original, aprovechando su visita a Alemania de hace cinco años cuando quiso salvar su relación con una flaca que apenas estaba empezando a vivir su adolescencia durante la maestría en Berlín; mejor dicho, le puso el cacho más cacho, el pendejo, la tabla del uno de las infidelidades.

En últimas importa un carajo lo que diga el amargado, dijo el genio que ideó “amague de otras bocas bonitas”. Y como ya hizo suficiente y el premio es necesario para aguantar remando con sus manos encorvadas, como cuencos, por un río de persistencia difícil, como supongo que es el agua sin oxígeno cuando la creatividad aplaca en ritmos incongruentes. Se monta en una torre o en un carrusel, se deleita con el conteo de los buses, con la belleza sórdida y vulgar que aún mantiene la nostalgia, el renacuajo, de su pubertad, y le dijo a su mamá que se iba a salir del eminente colegio San… San cosito, san no importa porque igual todos o se vuelven ineptos, llorones y manosearon peladitas borrachas en Cancún, y que se iba a salir del San Insignificante para volverse payaso de la séptima y anunciar corrientazos, bailarín mocho de salsa a la salida de las oficinas, vendedor de bon ice con aguardiente a través de la reja en un colegio distrital. Su mamá le dijo que lo apoyaba. Su papá le pegó una cachetada mientras su mamá bajaba seroquel con aguardiente Tapa Roja. Su mamá revisaba una revista. Isabella Santodomingo se viste horrible. La princesa Diana está saliendo con Doddy Alfayette.


Hay futuro para las divorciadas.

Como el genio aplacó el vacío, le clavó un nuevo par de cuernos al toro (y salió inmune), estaba en la ola creciente del artista que siente el mensaje divino en la profecía de que su camino existe. Que aún puede recibir una carita feliz. A lo mejor pronto podría mirar a los ojos a ese moscorrofio de piernas como pitillos que se pone jeans entubados (negros) y se pone una franela pegada con escarcha antes de juzgar sin mirar la exposición que con tanto esfuerzo ordenó (en su cabeza) y le estrechará la mano y lo invitará a sentarse con los niños grandes, los auténticos niños grandes, en la sala de alguien donde hablan mal (ahora funan) a los artistas y las personas que les caen mal. Contento es mucho más peligroso que triste.


Contento sabe que puede pensar y hacer.

• Lo primero que hizo fue intentar una cabriola — Salió mal y rompió la mesa de cristal con cisnes tallados que le regaló su tío de Moniquirá.

• Lo segundo que hizo fue imprimir una foto gigante de Uribe, pintarle los dientes de negro y hacerle cachitos — Se dio cuenta que Uribe ya pasó de moda. Que ya no es el villano divertido que cogían de recocha y arremedaban en el espinosa, pateando un fuchi. Recuerda que hubo un tiempo en que Bush era malo, Osama Bin Laden era bueno, Uribe era malo, Hugo Rodallega era espantoso.

• Lo tercero que hizo fue abrir su computador y escribir la idea de otra obra. Quería que se pudiera amarrar las estacas de hierro oxidado de una fábrica siderúrgica abandonada, con condones estirados, y grabarse a sí mismo moviendo la tira de estacas como una diana, como la parábola bíblica (el genio se llama David y creyó que en su alma habitaba un personaje divino de la biblia en su segunda tusa, cuando entró a los Hare Krishna) y lanzar todas las estacas en una fuerza que posiblemente le disloque el hombre hacia un sensor de movimiento gigante (muchos Kinect desarmados, ajá) y a partir de esa secuencia captada por los sensores poner a una inteligencia artificial a que escriba una nueva versión de Falstaff, a que genere una imagen de Caruso cantando en un Transmilenio, y le genere una narrativa de la autodestrucción del planeta tierra por una invasión masiva de condones radioactivos que hacen que los hombres que se los pongan se vuelvan de hierro.

Lo último fue observar todo lo que había escrito, su idea manifiesta, de lejos, bifocal, echado para adelante y atrás en su puff meado: “Marica, soy brillante”. Le puso de título a su obra “Osito dormilón”. A tres cuadras de la casa del genio, el moscorrofio de la franela tetillera pensaba invitarlo como curador invitado a un nuevo proyecto: “Osito dormilón” sobre orfanatos en Barranquilla. Dos días después, la lumbrera no escuchó el resto de la explicación del moscorrofio, sólo estaba contento porque tendría un trabajo.

A los proyectos les cambió el nombre. Menos mal, sonaban pésimos. En especial el segundo. Una forma boba de querer decirle a su exnovia que aún la amaba. Que la extrañaba. No sé, no vale la pena seguir hablando de él. A mí siempre me pareció un perezoso y ya.